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domingo, 13 de diciembre de 2020

LA LLEGADA DE LA CONGREGACIÓN DEL CORAZÓN DE MARÍA AL PUERTO DE LA CRUZ Y EL POEMA A ESTA CIUDAD DEL PADRE DE LA VEGA

Agustín Armas Hernández

Fundar una nueva congregación de misioneros, bullía en la mente de varios religiosos catalanes. Y, así fue que, en el año 1849, vio por primera vez la luz esa tan ansiada organización religiosa. Se fundó en la ciudad catalana de Vich. Y, llevaría por nombre: “Hijos del Sagrado Corazón de María”. El alma de esta fundación religiosa fue el Padre Antonio María Claret, y, con Espíritu de Dios y tesón de sus componentes, se extendería por varios pueblos y ciudades del mundo.

La idea era esa precisamente, propagarse, para de esa forma llevar la palabra de Cristo a todas las almas, rescatarlas del pecado y de la muerte, ofreciéndoselas a Dios, que es verdad y vida.

En la segunda década del siglo XX, esos misioneros del Corazón de María, se establecieron en él, aquel entonces, recoleto y pintoresco Pueblito llamado Puerto de la Cruz. (Antes Puerto de Orotava). Concretamente, el 5 de mayo de 1918. Siendo su primer superior, el R. P. Antolín Agustín Armas Hernández S. Fernández Martínez de Azagra (uno de los oradores más elocuentes que han pasado por Canarias, versado en temas sagrados). Con el padre Martínez se incorporaron a esta misión portuense, un pequeño grupo de entusiastas religiosos ansiosos de enseñar y propagar el bien y lo bueno a todos los niños y mayores del Puerto de la Cruz; creyentes, o no.

Mas tarde se agregaron, a los ya existentes, otros nuevos hermanos misioneros que aumentaron las posibilidades misioneras y, también, la de los alumnos que recibían clases en ese centro religioso.

Recordemos algunos nombres de estos hermanos religiosos del Sagrado Corazón de María que pasaron por el Puerto de la Cruz haciendo el bien, sembrando la semilla del saber y, mostrándonos, el único camino que conduce a la verdadera vida, la Eterna y, que, según mi amigo Melecio Hernández Pérez (escritor e historiador), "aunque hayan transcurrido muchos años, aún viven en la memoria colectiva de nuestro pueblo". Veámoslo: Esteban Belascoain, Ignacio Muro, Ce ferino, Eugenio, Cipriano Sanmartín. Antonio Ibáñez, Fidel Dartilán, De la Vega y otros. Pero, es al R. P. Octaviano de la Vega, (uno de los escritores y poeta del grupo de monjes que vinieron al Puerto de la Cruz), al que quiero traer a este, mi humilde, escrito por ser el autor de uno de los poemas más benitos, (junto a otro que escribió D. Luis Gálvez Monrreal), que se han dedicado a la hoy Ciudad Turística de Canarias, y, de seguro, excepto las personas mayores, no lo han leído ni oído los más jóvenes, ni siquiera en los colegios.

Recordémoslo y deleitémonos leyéndolo en su totalidad:

“AL PUERTO DE LA CRUZ”


El Valle duerme entre brumas,

 

la niebla en los montes flota,

 

y, como blanca gaviota,

 

el aire seca sus plumas.

 

De entre las bravas espumas

 

del mar, radiante la luz,

 

surge el Puerto de la Cruz,

 

ostentando el atavío

 

de su blanco caserío,

 

como un cortijo andaluz.

 

Pueblo de emociones hondas,

 

se adelanta mar adentro,

 

como saliendo al encuentro

 

de las encrespadas hondas.

 

Arrullado por las frondas

 

y las brisas, se estremece,

 

y desde lejos parece

 

una góndola de flores

 

que entre luces y colores

 

sobre la espuma se mece.

 

El Valle de La Orotava

 

se dilata ante su vista,

 

como el sueño de un artista

 

desde Izaña a Punta Brava.


 

El Teide, de hirviente lava,

 

se dibuja en el confín,

 

y la rosa y el jazmín,

 

que bordan su platanera,

 

hacen en la primavera

 

de todo el Puerto un jardín.

 

Jardín que, para invernar,

 

cierra su escaso horizonte

 

entre la nieve del monte

 

y entre la espuma del mar.

 

Las nubes, al resbalar


sobre su atmósfera rosa,

 

son cual guedejas de gasa

 

que, en sus nocturnas salidas,

 

dejan la Luna prendida

 

por los montes donde pasa.

 

Y aunque la bruma sombría,

 

como pesada techumbre,

 

se extiende desde la cumbre

 

hasta la costa bravía,

 

y en la fosca lejanía

 

no luzca su tornasol

 

ni el iris ni el arrebol

 

logre disipar las nieblas

 

a través de las tinieblas...

 

en el Puerto siempre hay sol.

 

Siempre hay sol, y por la calma

 

de su atmósfera radiante,

 

es un bálsamo sedante

 

para el cuerpo y para el alma.

 

Toda enfermedad se calma

 

en este clima ideal...

 

que Dios, por gracia especial,

 

dejó en el Puerto escondido,

 

casi un rincón del perdido,

 

Paraíso Terrenal.

 

Autor: R. P. Ocasiona de la Vega:

Posdata: Apuntes tomados de un artículo de Melecio Hernández Pérez, publicado en las páginas 37/49 de la Revista Ciencias y Humanidades del Instituto de Estudios Hispánicos (I.E.H.C.) N.º 2/ Julio-diciembre.2000.

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