A punto de
llegar el Verano y llega el calor y con todo ello llega nuestros baños en la
playa, muelle o costa y en una oportunidad escribí para el periódico EL DIA un
artículo sobre LA PLAYA DE SAN TELMO, un lugar que me trae muchos recuerdos y
que les invito a leer.
Está
claro. La gente de hoy tiene otros sitios y otros lugares. Antes todos íbamos a
la playa de San Telmo. Nosotros, los jóvenes de los años 70, no queríamos
sentarnos simplemente en una playa, era muy aburrido y monótono, buscábamos
mucho más. En verano casi todos acudíamos a San Telmo porque era un rincón muy
diferente. Allí la luz brilla más y los sonidos son muy distintos al de otras
playas. El flujo y reflujo de las olas contra los grandes riscos del Penitente
nos susurraba al oído, como si de una música celestial se tratara, y la rechinante
piedrilla de la arena se restriega contra nuestras manos dejándolas muy
limpias. Es una especie de realidad reforzada, y cada vez que nos encontramos
en la mágica bahía de San Telmo, entre el agua y la arena, podemos saltar hacia
atrás, hasta el pasado, hasta nuestras propias infancias.
La playa
que se extendía al abrigo del acantilado calcáreo bajo la ermita de San Telmo,
era de piedrillas muy pequeñas y otras más grandes. Un lugar paradisíaco donde
nos bañamos y existía el diálogo, con su pequeño muelle que nos protegía de las
grandes olas, una especie de recoveco, uno antes, había tres charcos; el
pequeño se llama “Charco del Espadarte”; otro que daba hacia el Penitente,
conocido por “el Charco del Lago”; y el de la punta del dique, el de mayor tamaño,
“El Rebozo”. Al primero se iba a través del resbaladizo pasadizo de piedras con
“musgo” que a más de uno y en más de una oportunidad dio con los huesos contra
las duras rocas. El otro, el de mayor proporción, “El Rebozo”, donde muchos
aprendimos desde muy temprana edad a lanzarnos al agua de cabeza, era un pozo
profundo y misterioso.
En San
Telmo se podían hacer cosas muy distintas: nada, leer, comer, ligar, pescar, ir
a las rocas de la piscina de Martiánez, dialogar con los amigos, como lo hacían
cada mañana en la puna donde había un taburete de cemento en forma de medio
circulo. Allí era raro no ver muy temprano a Lolo “el Flaco”, maestro, al
matemático don Jesús, o a don Pedro, el cura de la Vera. Y los que nunca
fallaban a su cita, tanto en invierno como en verano: Carmen Martín, Nena
Molina o Gerardo Gleixner, el dueño del hotel Monopol. Hacer el salto del ángel
desde la palmera de la ermita o desde lo alto del acantilado del Penitente era
para los grandes especialistas. Todo un espectáculo, ¡el más difícil todavía!
Nada que envidiara los que veíamos realizar en Acapulco en México a través de
la televisión o del cine de la época. Recuerdo con nostalgia los saltos de los
hermanos Coyote, Peláez, Carmelo, David Carpenter, aquel que hizo de acto principal
en una película de Tarzán. Los que ya estábamos acostumbrados al lugar, los del
pueblo, corríamos sobre su playa, piedras y rocas con “musgo”, descalzo; los
veraneantes llevaban zapatos. Nuestros pies se hundía en las “chinitas” y las
olas desde la orilla arrojaban con mucha fuerza a éstas contra nuestros
tobillos. No era un lugar monótono, casi todos los días cedían cosas
diferentes. Cuando se armaba un gran revuelo en el Penitente era porque allí
había aparecido bien una “manta”, un “chucho”, y en más de una oportunidad
algún tiburón. Y si el alboroto era por el lado de la salida del muelle de San
Telmo, algún barco que llamaba a los más potentes nadadores ara que vieran la
suculenta pesca de algún pescador de la zona.
Las
sardinas, chicharros o caballas saltaban dentro de la barca con un entusiasmo
suicida. Muchos de los amigos ligaron a las guapas chicas de la época e incluso
muchos de ellos, pasaron luego por vicaría, convirtiendo aún mucho más a
nuestra playa en un lugar de vivos recuerdos. Había dúos de parejas
inseparables. Por ejemplo, Paco Afonso (el que luego fuera alcalde de la ciudad
y que perdimos lamentablemente en el voraz incendio de La Gomera) con Loly;
Pepe Lechado y Mercedes, Fife y Mey, Michan y Mari, Aquillo y Marili, Gregorín
Pestana y Masu, Miguel Ángel Díaz Molina (q.e.p.d.) y Pepita, Vicente y
Milagros, Susi y María, etc… No había nada mejor que levantarse una mañana
soleada y dejarse arrastrar a la playa n bañador con una ligera camiseta muy
grande. No hay nadie, sólo unas cuantas gaviotas, algún perro perdido que vaga
entre las rocosas piedras buscando algo de comida de algún olvidado y
desconsolado turista o pescador de caña. Nos pasamos todo el día allí. Por la
noche, los niños corren a la luz de la luna, las parejas se escondían en la
oscuridad escuchando el suave murmullo de la marea… San Telmo era y es un lugar
mágico. Volvía el día y saltamos y nos deslizamos y bordeamos las rocas,
examinando los charcos formados por el mar, sintiéndonos pioneros. Si no fuera
porque ayer hicimos lo mismo, hoy, si volviéramos a nacer, seguro que lo
haríamos de nuevo. La vida en San Telmo está llena de pasión y entrega. La
salida del Santo, la embarcación de la Virgen del Carmen también se podían
disfrutar en ese lugar de ensueño. Ahora es verano, vamos a San Telmo. Nuestro
lugar de encuentro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario