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martes, 2 de noviembre de 2021

EL CAPITÁN

Carmen Martell

Y cuando crees que eres adulto, llega la niñez a tu puerta para sorprenderte.
Encontrar aquella gaveta de revistas que un primo de papá coleccionaba cuando venía de Venezuela, llenó mi infancia de sueños locos de aventuras; soñaba con ser El Capitán Trueno, o El Guerrero del Antifaz.
Luego, llegó la televisión, y Errol Flynn. Y quise ser El Señor de Ballantry o El Príncipe Negro.
Pronto se acercó el momento de crecer, enfrentar la vida y la independencia, junto a las consignas de buscar seguridad y un futuro "garantizado".
Y decidí hacer lo correcto: coger un mapa, una brújula, la espada entre los dientes y buscar mi propia aventura.

Pasé la juventud y los años siguientes corriendo tras mis batallas soñadas, pues los sueños solo son los deseos abandonados en el camino.

Loca. Me llamaron loca. Aún me llaman así porque es locura vivir plenamente y sujetar a la vida por las riendas, doblegarla y bailar un vals con ella.
Nunca quise ser la hermosa Sigrid, esperando a que el Capitán Trueno despejara el camino para ella. La vida me dio las armas para abrir sendas y caminar, correr,
  volar libre.

En una de esas sendas, se hallaba atracado el Capitán Eugenio y su tesoro, mi tesoro que lo fue por unos meses en los que no podía dejar de abordar su barco, el Lagaren, una y otra vez. Eugenio me contaba sus historias y parecían mías. Su vida en tierra, sus amores, sus viajes, la compra de un precioso Barco-Faro con el que, ahora, ya volvió a la mar. Me mostró su mundo, cocinó para mí y hasta bebimos champán sin enfriar mientras se reparaba el refrigerador, el grupo electrógeno y muchos otros componentes de su rojo transporte naval.

Sí, Eugenio volvió a la mar lleno de planes y proyectos de futuro. Eugenio tiene ochenta años y de nuevo salió a navegar sus sueños.
Ahora, sentada en un avión rumbo a, sabe Dios dónde, sé que no estoy loca; locura sería dejar que la vida volara sola en este vuelo dejándome atrás; afuera.

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