Evaristo
Fuentes Melián
Conozco al
menos a cuatro domingos luises: uno de ellos, licenciado en Derecho y folklorista,
coincidió en la mili conmigo en el
campamento de verano de Los Rodeos 1962; Berta María, la que luego sería su bella
esposa, iba en las horas de asueto del campamento militar a oírle cantar y tocar
la guitarra, en tiempos de la primera etapa sabandeña, cuando Domingo Luis participó
en aquel primer disco pequeño de vinilo con la foto de cada uno de ellos en la
cubierta.
Hay otro Domingo
Luis García-Estrada, apellido realejero de pro, que hizo el Preuniversitario
conmigo en el colegio Santo Tomás de Aquino, sito en la calle de La Hoya de La
Orotava, y que es hijo del alcalde homónimo
que unió, en 1955, a los dos Realejos, el Alto y el Bajo, en un solo municipio.
Hay también
otro Domingo Luis, aparejador, caballeroso funcionario jubilado de la Delegación
de la Vivienda, que jugó al baloncesto en las filas del club decano de las
islas, el Juventud Laguna, y alguna vez lo hizo contra mi equipo orotavense,
aunque yo calentaba mucho banquillo, o ni siquiera eso, por mis pocas calorías
de lo flacucho que yo andaba entonces por este mundo; tan delgado, que un cura
novicio, un “lego” (como diría el lenguaraz Angelito Baute del amigo JHF), un curita
que me apostrofó con el sobrenombre de “el esqueleto ambulante”. ¡Toma ya!…
Y me queda por
mentar a este Domingo Luis González, que nació orotavense, y que acaba de fallecer
a los 89 años de edad. Hay tres aspectos que conozco en la vida de Domingo Luis
González:
1.- El comercial,
perito en lo industrial, cogió los mejores años del boom turístico del Puerto
de la Cruz, los años sesenta, y colaboró con materiales eléctricos y no sé si también
con mano de obra, en la realización entre otros del gran hotel San Felipe, del Puerto
de la Cruz, que aún hoy sigue siendo, medio siglo después de su inauguración,
modélico por prestancia y belleza, sin dejar de ser de gran altura, en la zona
de la playa y antiguos Llanos de Martiánez. En este hotel, proveedor de tulipas
y cables, puntos de luz y material tecnológico, imagino a Domingo aprovechando
la fiebre del oro, intentando a ver si acaricia ‘propinas’, tan habituales en las obras
grandes y en los momentos de la cresta de la ola turística y económica, lejos
de la crisis de ahora.
2.- Con su voz
de coral y su vis cómica poética en plena efervescencia de la censura, Domingo en
los guateques y meriendas recitaba de improviso poesías asaz procaces, verdes, delante
de las amigas de la infancia, y algunas huían escandalizadas por aquellas
frases y rimas quevedescas. En los duelos mortuorios a veces te tienta la risa contagiosa,
y entonces, en la madrugada del duelo (cuando no se cerraba en toda la noche),
se oía un murmullo de risitas contenidas a duras penas, entre los grupos de
dolidos amigos y parientes del difunto o la difunta.
Y 3.- Tuvo también
Domingo un cariz, un carisma recóndito de caballero bonancible y dadivoso. Iba,
a lo largo de los últimos años de su actividad, a la biblioteca del nuevo flamante Liceo de Taoro, a leer la prensa
diaria, y a veces sustraía alguna hoja del último ejemplar, pero eso era debido
a su incontenible afán cleptómano de recopilador de datos, para su hermosa
colección de fotos y textos de gran interés. Yo les propongo a sus hijos que lo
mejor es que la cedan al Liceo mismo, como refrendo y prueba muda y al mismo
tiempo locuaz de los conocimientos de Domingo y de su bella escritura, aprendida y aprehendida en las
aulas del colegio de San Isidro, regentado antes y en plena Guerra In-civil (1936-1939),
por la congregación de los Hermanos de la Escuelas Cristianas. El estallido fatal
de la contienda cogió a la promoción de Domingo a mitad del Bachillerato de siete
cursos, cuando los Hermanos se vieron negros, por falta de profesorado, para poder
mantener las clases y asignaturas al completo.
Tengo un
testigo fiel de las buenas maneras caligráficas de Domingo Luis Gonzalez: es el
sobre de un carta (adjunto foto) que yo guardo como oro en paño, que me envió hace
relativamente poco tiempo, en el año 2001, para invitarme a una función que se
iba a celebrar. Y lo más dadivoso y desprendido de la personalidad de Domingo
Luis González es lo que acabo de descubrir: son dos hermosos sillones de estilo
antiguo, que fueron donados por Domingo a la Sociedad Liceo de Taoro. Y estos sillones
tienen también su anécdota, pues uno de ellos
es motivo de competición entre cuatro socios, entre los que me cuento, para ver quién llega antes para sentarse en él lo
más cómodamente posible.
Un abrazo, Domingo
Luis González, 89 años te llevaron al cielo. Tú no eras malo, eras un santo varón,
con un martillo de herejes y una copa plena para entonar los golpes de pecho. José
de Arimatea y Nicomedes son esos dos santos varones que cada Viernes Santo al atardecer
pasaban—y creo siguen pasando-- en el desfile procesional del Santo Entierro, por
la casa y la calle de tu coetáneo amigo del alma, Buenaventura Machado Melián o
calle del Duque, procesión que tú contemplarías
desde una de las ventanas de la fachada norte.
Espectador
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