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sábado, 23 de marzo de 2019

EL TRONO DE LAS PENURIAS


Lorenzo de Ara

En uno de sus libros, Fernando Savater relata cómo los primeros cómicos de la antigüedad iniciaron lo que incluso hoy se celebra con notable éxito. Reírse de los filósofos. En los teatros, calles, plazas, ágora, los caraduras (también inteligentes) provocaban la risotada del público/vulgo con imitaciones o alusiones a Sócrates y Platón, principalmente. Mofarse del que piensa es algo muy corriente. En Grecia se ejercía con frenesí.

La patria de la filosofía y donde alumbró la democracia, era más partidaria de los cómicos histriónicos que del bla, bla, bla de Sócrates, para ser pocos días después (es un decir) acusado de prostituir la mente de los jovencitos atenienses. ¡Cicuta!

La cultura (¿se le ocurre al lector otra palabra?) de la risa fácil que genera el pensador entre el votante/vulgo, continúa vigente y no pierde fuerza.

Los periodistas son destripadores de primera. Los grandes medios de comunicación son armas de guerra que cortan y descuartizan. A los periodistas y medios de comunicación se unen las redes sociales. Así se configura un ejército invencible.


Leer a Kant es una pérdida de tiempo. Lo mismo pasa si coges el libro de Ortega y Gasset de la estantería. ¿Qué haces con Nietzsche? ¿A qué esperas para quemar ese libro de John Stuart Mill? ¿Por qué animas a tus hijos a que no desperdicien la ocasión de leer “El banquete” de Platón?

Hasta sorprende que Cayetana Álvarez de Toledo decida morir en Cataluña. Ella no quiere ser mártir, pero sabe que la despedazarán. Hasta los suyos.


Y es que una sociedad que ha elegido a Pilar Rahola (Salvador Sostres lo recuerda) para desempeñar el papel de sacerdotisa suprema del bien, no es que tema la llegada de la mujer inteligente, es que está preparada para matarla con la risa que solo las hienas dominan desde que echan a correr por las Ramblas.

Pensar es un error. Y se paga caro. Si usted pertenece al grupo de los que habitan en la casita del perro guardián, tiene garantizado, que lo sepa, no el éxito, pero sí la alegría de ver cómo serán los suyos los que ocupen el trono de las penurias.

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