Lorenzo
Soriano
Hemos
llegado a un punto en que la fiscalidad
impregna la forma de vida que nos hemos dado. Hasta el punto en que
relegándonos a las indefensiones más perversas, los fines justifican todos los
medios empleados para la confiscatoria fiscalidad que nos aplican. Esto es así,
en mi opinión, porque se han trastocado las prioridades y por haber elegido de
entre dos modos de actuar, el de peor resultado. Tratare de exponerlo en claro. Cierto es que
la situación en la que dejo este país el anterior equipo de gobierno, ha
sido desastrosa y lamentable.
Quiero
aclarar que creo que lo peor no fue lo que hicieron sino lo que dejaron de
hacer. El resultado nefasto, coge a los ansiosos por disfrutar de un poder que les
cayó en las manos, a pesar de ellos, con el paso cambiado, sin nada que
privatizar, ni construcción para refugiarse, ni nada a lo que echar mano,
rápido y con resultados positivos. Con unos gastos de cinco mil millones de
euros semanales, con más de seis millones de parados reales, unos ingresos
fiscales en caída libre, y una deuda billonaria impagable a todas luces, las
expectativas son realmente horrorosas. Entonces se plantean ante un modelo
insostenible que obliga a un sistema absolutamente inviable, dos caminos o
modos de actuación.
En un lado estaba adelgazar la administración, suspender todas las subvenciones, terminar con el empleo no
productivo, gastos oficiales, representativos, megasueldos, asesores, empresa
públicas, cargos duplicados, gastos autonómicos desorbitados, las diputaciones,
las administraciones locales, el gasto europeo, el Senado…..etc. y todo lo que
se estableció sin sentido y de una manera absurda sobre todo en muchas
comunidades autónomas. Supondría un millón de empleos más perdidos, aunque
improductivos, y unas algarabías callejeras importantes. Pero se sanearía la administración
y se reducirían los gastos corrientes en enorme medida. Además de que estos tendrían cobertura
social de ayuda y desempleo.
Del
otro lado, la actuación seria en hacer recaer el coste de la crisis y el peso
de la recaudación sobre la economía productiva. Esto conllevaría el cierre de
miles de empresas, destrucción de tejido social, industria, comercial y
productivo, un aumento del paro aproximadamente igual al anterior, pero poca
revuelta social, y confiando en que los valientes empresarios, autónomos y
profesionales pudieran soportar mejor los embates de la recaudación trabajando
más y obteniendo peores resultados después de impuestos. Además estos últimos
no tienen derechos realmente y es un colectivo más fácil de controlar por ser
más vulnerable al tener propiedades, talleres, fábricas o comercios fácilmente
embargables. La recaudación bajaría, pero subiendo los impuestos se podrían
equilibrar, creían. Dejarían pues que los empresarios y profesionales del país
le resolvieran el problema al gobierno y ellos seguirían dándose
palmaditas a la espalda.
No se
necesita aclarar, supongo, que escogieron esta segunda opción. Como quiera que
la crisis está durando más que sus perspectivas más pesimistas y la
recuperación ni esta ni se la espera, miéntannos o no, esto se les ha hundido
has la sima abisal. Y ahora no saben qué hacer. Después de que succionan hasta
el 70% de lo que los que aun pueden generar algo productivo, limitando la
capacidad de gasto, llegan incluso a poner precios a los bienes y servicios. Ya
que las partidas más importantes de costos y casi todas en general, son las que
incluyen fiscalidad impositiva obligatoria de una u otra manera, llámenle tasas, cuotas, cotizaciones o licencias,
gastos legales, profesionales, u otros requisitos obligatorios para abrir,
cerrar o traspasar propiedades, empresas, sucesiones, transmisiones y decenas
con las que no les aburro, hasta impresos, multas, sanciones y conexiones. Y no estamos hablando ni
añadiendo consumos imprescindibles y
altamente fiscalizados, como combustibles, energías, viajes, peajes y mil más
que me dejo. As pues, es imposible fijar un precio que los ciudadanos de este
país pueda aceptar, a la unidad vendida, sea la que sea, con esta cambiante
fiscalidad siempre en aumento, que absorbe anulando desde la competitividad y
el esfuerzo exportador, hasta la extenuación de los pequeños y medianos
empresarios. Lo impregna todo, lo
absorbe todo este estado opresor tipo Soviet
de malhadado recuerdo. Lo peor es que la oposición avisa que si gobierna
subirán los impuestos. Así que prepárense para ser Corea del Norte o a
rebelarse, que no es una mala opción.
A
reflexionar.
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