El culto a San Antonio Abad en la Matanza no ha perdido ni un
ápice de interés por parte de sus más incondicionales seguidores, a la vez que
sigue ofreciendo una acogedora ruta junto al ganado por la parte alta de los
municipios de la comarca de Acentejo
Nuevamente
los caminos de la tradición ganadera de Tenerife, del oficio y de la fe, condujeron
barrio matancero de San Antonio Abad con el obligado paso por El Sauzal (Ravelo), motivado
por la celebración de las fiestas en honor del Santo Patrono de los animales.
Una expedición que fue dirigida por Laureano Febles (presidente de
la Asociación de Cosecheros de Castañas de Acentejo) y Pedro Molina (presidente de la Asociación de Ganaderos de Tenerife).
En esta
edición de 2014 fueron más de mil las personas que acompañaron a setenta
cabezas de ganado en el recorrido de 12,5 Km . que les llevó desde Montaña del Aire
en La Laguna ,
al templo de San Antonio en La Matanza. A su paso por Ravelo, los alcaldes de El Sauzal y La Victoria, Mariano Pérez y Haroldo
Martín, recibieron a la
expedición sobre las 10:00 de la mañana y les convidaron con
un sustancioso ágape de churros, chocolate, carne con papas, asadura, vino,
etc.
Posteriormente,
la expedición continuó hasta el templo de San Antonio donde se desarrollaron
los actos religiosos, la bendición del ganado y la entrega de ayudas y premios a los ganaderos
participantes. El acontecimiento
congregó a miles de personas en la Octava Ganadera en el municipio de La
Matanza de Acentejo.
Origen e implantación de su culto
Una
vez concluida la conquista, en Canarias –y particularmente en la isla de Tenerife–
comenzaron a ser introducidos ciertos patronazgos que, por tratarse de
territorios en los que la impronta cristiana previa era prácticamente nula, las
fundaciones de recintos culturales respondían, en unos casos, a la acuciante
necesidad de satisfacer la demanda espiritual de una comunidad en proceso de
formación, o a una inesperada «aparición
milagrosa» aunque,
en numerosas ocasiones, la materialización de un voto
individual o colectivo se conformaba, asimismo, como una causa lo
suficientemente justificada 1.
Por ello, va a ser en este contexto donde surja la advocación a San Antonio Abad en la Matanza de Acentejo, una figura de gran renombre en el seno del cristianismo, cuyo culto se difundió en paralelo a la sacra aureola que lo envolvía, revelándolo con el tiempo como eficiente sanador. De esta manera, la veneración hacia el patriarca de los eremitas de Egipto (Heracleópolis Magna, ca. 251 - Monte Colzím, 356) comenzó a tomar asiento en occidente como resultado de la traslación de sus reliquias desde Constantinopla hasta el Delfinado (c. 1050), en el sudeste francés, momento en el que se dio inicio a la propagación de su salutífera intervención, no solo para los devotos sino también para sus ganados.
Por ello, va a ser en este contexto donde surja la advocación a San Antonio Abad en la Matanza de Acentejo, una figura de gran renombre en el seno del cristianismo, cuyo culto se difundió en paralelo a la sacra aureola que lo envolvía, revelándolo con el tiempo como eficiente sanador. De esta manera, la veneración hacia el patriarca de los eremitas de Egipto (Heracleópolis Magna, ca. 251 - Monte Colzím, 356) comenzó a tomar asiento en occidente como resultado de la traslación de sus reliquias desde Constantinopla hasta el Delfinado (c. 1050), en el sudeste francés, momento en el que se dio inicio a la propagación de su salutífera intervención, no solo para los devotos sino también para sus ganados.
En este sentido, los hechos lo
confirman si atendemos a un modelo iconográfico, muy propagado en el orbe
católico en el que se representa al protagonista junto a varios exvotos
anatómicos y/o rodeado de desesperados suplicantes lisiados, algunos de los
cuales presentan una interesante peculiaridad, ya que muestran una o varias de
sus extremidades amputadas o trastocadas por una protuberancia flamante. Una
extraordinaria y gráfica metáfora visual del denominado «Fuego de San
Antón» o
«Sacro», nombre
popular del ergotismo –una micotoxina que asoló a la población europea entre
los siglos XI y XVI– y razón por la cual se abrieron numerosos hospitales
atendidos por monjes dedicados a su tratamiento y el de otras patologías si milares19.
Por ello, dentro de la de terapia
atenuante era preceptiva la ingesta de pan blanco –de trigo, preferentemente–,
vino macerado con las reliquias del santo, así como la aplicación de manteca de
cerdo sobre las heridas; animales que estaban bajo su sagrada protección y los
cuales eran identificados por un esquiloncillo pendiente de su pezcuezo, al
tiempo que tenían el beneplácito de las autoridades locales de hozar
libremente por cualquier lugar.
Pues bien, de esta forma hallamos una
explicación más a la presencia del lechoncito al lado del santo anacoreta,
atributo singular que lo identifica en la iconografía occidental y por el que,
a la postre, convertiría también al Santo en el protector de los ganados –pues
de ellos dependía el sustento de muchos feligreses–, así como de los animales
de compañía. Sin embargo, dentro de la retahíla de prodigios que rodean su
culto, existía también una faceta punitiva donde el Santo «actuaba» contra
pecadores y blasfemos, manifestando su azote con el mismo mal por el que,
principalmente, era invocado22.
Desarrollado en torno a un templo votivo, el culto a San Antonio
Abad en la Matanza de Acentejo (Tenerife) no ha perdido ni un ápice de interés
por parte de sus más incondicionales seguidores, circunstancia donde las
representaciones visuales –grabado y fotografía– constituyen un instrumento
fundamental para constatar el estado y evolución del mismo. Un acontecimiento
que, igualmente, nos permite contemplar ritos singulares, algunos de los cuales
toman carta de identidad bajo la ofrenda de un exvoto.
En este sentido, podemos afirmar que el repertorio de figuras de
plata ofrendadas al santo eremita se considera la colección más vasta y
original que atesora un templo insular. Particularidad que también se evidencia
en el hecho de disponerlos en las andas procesionales del Santo durante sus fiestas
patronales, momento en el que cobra vida un tipo iconográfico que halla un
evidente eco en los grabados y las estampas devocionales que desde el siglo XV contribuyeron
a difundir su poder salutífero. Una producción gráfica diversa en técnica, estilo
y formato, pero única en cuanto a su función y esencia estructural.
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