Salvador García
Llanos
En la mañana de hoy
ha fallecido Pepe Galindo. No hace mucho escribíamos que aún se le podía ver,
junto a sus hermanos, caminando por las calles portuenses, de Punta Brava
(donde reside) a Martiánez y viceversa, correspondiendo a las decenas de
saludos y manteniendo las conversaciones que entabla, casi todas futboleras,
evocadoras de un pasado en el que tuvo cierto protagonismo. Pero luego fue
internado en un centro hospitalario, donde le visitamos apenas para enhebrar
una mínima conversación. Su hermano Tomás también dejó de existir hace pocas
semanas. La muerte de Pepe Galindo produce la natural consternación entre la
familia deportiva portuense.
Porque primero fue
jugador, sin prodigarse, y luego destacó como entrenador, especialmente de
juveniles e infantiles. Todos creíamos que podía llegar más lejos pero lo
cierto fue que se estancó. Le gustaba trabajar con la base, la prefirió antes
que dar el salto a categorías superiores y tratar de asumir otras
responsabilidades.
José Galindo Ríos,
Pepe Galindo, en cierto modo un popular personaje del fútbol local, en el que
destacó por numerosas anécdotas. Y también por su carácter afable, por su
predisposición a dedicar horas y horas a la formación de quienes soñaban jugar
en el primer equipo de Puerto Cruz, cuando éste andaba por la Preferente o el
grupo canario de Tercera división.
Los chicos, sus
discípulos, casi terminaban tomándole el pelo, pero él se dejaba querer y
participaba en una armoniosa relación que sustanciaba el espíritu de equipo que
debe caracterizar toda formación futbolera. Galindo, ante todo, era un
deportista y procuró inculcar esos valores a cuantos enseñó a desenvolverse en
una cancha y en un colectivo. En el fondo, dicho ahora con perspectiva, era
consciente de sus limitaciones pero empleaba todo su saber con ganas y con
deseos de contribuir a la formación deportiva de los jugadores.
Le vimos jugar muy
poco. De defensor central, al que no gustaba despejar alocada o
contundentemente. En un equipo llamado Pérez Galdós y en algún equipo de hostelería
o aficionados. Después entrenó a varios juveniles, entre ellos los principales
filiales de varias temporadas. Con el Juvenil Puerto Cruz, en efecto, en los
años setenta, logró varios títulos y estimables niveles de juego, favorecido
sin duda por las generaciones de futbolistas que tuvieron continuidad. Era un
habitual de El Peñón y opinaba con soltura de cuanto veía. Que no era poco, por
cierto.
Ya en edad madura
hubo de sustituir al entrenador del primer equipo. Alguna vacante por ausencia
o dimisión. Teóricamente era su gran oportunidad. Se trataba de acreditar lo
que había atesorado en categorías inferiores. Pero no hubo suerte: no era
igual. Ni los niveles de exigencia eran los mismos. Puso el mismo entusiasmo de
siempre, le animaron, pero el papel ya no era el mismo.
Algunos dichos
terminaron siendo célebres. Los chicos los repiten con complacencia
generalizada. “Camisetas y medias primero”, dicen que dijo en cierta ocasión
preparándose en el vestuario, en cuanto al método de equiparse. “Los interiores
nuestros marcan a los interiores de ellos y no hablo más porque perdemos el
partido”, explicó con brevedad la táctica a seguir ante un rival inferior.
“Pepe Galindo y la temporada venidera”, fue un titular de prensa que alguien le
repetía incesantemente. “Menos mal que hemos ganado en este campo maldito. No
sé ni cómo le llaman La Suerte”, afirmó en voz alta en la Cruz Santa, una plaza
que se le resistía.
Los chicos le respetaron.
Y cuando llegó la hora de la retirada, no fue necesario empujarle: él dio un
paso, consciente de que su ciclo tenía un punto final. Se fue alejando poco a
poco, cumpliendo responsablemente como operario municipal temporal y
contemplando el fútbol casi exclusivamente con acento nostálgico.
Un buen elemento
Galindo. Tiene su sitio, desde luego, en la historia del fútbol portuense.
No hay comentarios:
Publicar un comentario