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sábado, 15 de octubre de 2016

PAPEL INVERTIDO

Salvador García Llanos


Se ha reducido -en medida variable, supeditada a voluntades y circunstancias- esa inveterada costumbre de ofrecer un ágape, un brindis, un refrigerio o una copa de vino español/canario tras la celebración de algún acto público de muy distinta naturaleza, desde una conferencia a la presentación de un libro, desde la apertura de una exposición artística a un breve concierto vocal o de cuerdas. La crisis -es fácil echar la culpa, pero influyó, desde luego- sirvió para la supresión, una medida de contención de gastos que, independientemente de cuantías, justificaba por sí misma la medida. Y casi todo el mundo la entendía y la aceptaba.


 La costumbre se había hecho casi consustancial. La copiosidad de algunas ofertas hacía el resto. Se llegó a decir que muchos asistentes o espectadores acudían atraídos por el dichoso brindis (Las malas lenguas señalaban que eran fijos y que se ponían morados). Había quienes interpretaban que se trataba de un simple detalle de agradecimiento, de correspondencia a quienes asistieron, de homologación de usos extranjeros similares. No faltaron quienes creían que se trataba de un reclamo más para garantizar la asistencia de unas cuantas personas más.


 El caso es que empezaron a sucederse los actos… sin más, sin la propina de ‘manises y aceitunas’, coloquial fórmula simplista con la que englobar la dichosa costumbre. Las instituciones o entidades promotoras -al menos las habituadas a la convocatoria y promoción de actos públicos- vieron aliviadas sus cargas.


 Pero ha surgido una alternativa para quienes se resisten a no tomar algo tras la convocatoria o a no corresponder a los invitados que han tenido la deferencia de asistir: son los propios artistas, conferenciantes o ponentes, de lo que sea, quienes cargan con los gastos de un brindis, aunque sea modesto. Ellos mismos traen los productos, las botellas, los vasos plásticos, el menaje siquiera rudimentario. Además de pintar, unas tortillas, otros canapés y botellas de vino, que tampoco es cuestión de entretenerse demasiado con otros alcoholes. Así, la entidad se libera de un gasto, los promotores quedan bien y a los invitados les cunde en tanto no se marchan de vacío.


 No deja de ser curioso (gastos aparte) el papel invertido para que la costumbre siga siendo inveterada. ¿O lo apuntamos definitivamente en las consecuencias de la crisis?


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