Salvador García Llanos
Era un tipo noble. Dentro y fuera de la cancha, aunque en
algunos lances del juego pudiera parecer duro. En realidad, era la contundencia
del defensor, su forma expeditiva de solventar cruces y despejes, la manera de
ejercer la autoridad en los aledaños del área. Pero la nobleza de Basterra, de
Juan Manuel Basterra Reyes, era indiscutible. Hasta sus rivales terminaban
reconociéndolo.
Tocó decirle ayer el último adiós. Con un inevitable toque
de tristeza -edulcorado por el rescate de tantas anécdotas- compartido con sus
familiares, amigos y compañeros de equipos cuyos colores defendió con entrega y
responsabilidad. Y con nobleza, hay que subrayarlo.
Del Estrella lagunero saltó al Tenerife donde, sin poder
hacerse con un puesto y necesitado de minutos, terminó prefiriendo los colores
blancos de Puerto Cruz cuando éste aún despertaba admiración en el fútbol
regional. En El Peñón supo ganarse al aprecio de todos. En cierta ocasión, en
un Puerto Cruz-Tenerife Aficionado los locales se habían volcado sobre el área
rival para intentar igualar la contienda. En un contragolpe, con los defensores
muy adelantados -entre ellos, un juvenil debutante-, los filiales aumentaron su
ventaja. Entonces, en medio del silencio, se escuchó desde el graderío la voz
potente de un aficionado:
-¡Basterra! Dejaste al chico solo…
Jugó varias temporadas en el Puerto de la Cruz. Siempre
tesonero, siempre recio. No era muy dotado técnicamente pero eso no le impedía
sumarse al ataque cuando actuaba como lateral. Pero lo habitual era que le
alinearan como defensa central. Entonces, todavía se tarareaban las
alineaciones, con aquella tradicional fórmula del tres-dos-cinco y Basterra, un
apellido trisílabo, siempre resultó fácil de memorizar.
En su oficio de carnicero, allí en el mercado lagunero,
también lució su nobleza, tal es así que Venancio Martín Rodríguez, el sin par
masajista durante tantos años en el club portuense, terminó dedicándole una
canción que hasta los juveniles coreaban enfáticamente:
-Basterrita, Basterrita, tráeme una chuletita, para una
ensaladita… Y que sea de res.
Tras su paso por El Peñón, donde ganó algunos títulos, se
marchó a Unión Tejina. Aún tenía que enseñar colocación, concentración y esa
firmeza de defensor que distinguieron su trayectoria. Allí también brilló en
medio de una destacada constelación tejinera. Y allí también dejó huellas de su
nobleza. Porque esa era, sin duda, la cualidad que le distinguía.
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