El pasado lunes día 7 de octubre,
en el Instituto de Estudios Hispánicos del Puerto de la Cruz, hubo unas
interesantes palabras seguidas de debate y charla, en la presentación de
un libro de Olga Álvarez de Armas, con un coloquio a dúo con el periodista
Salvador García. Se tocó también el tema de las cartas al director en los
periódicos, que al parecer van en desuso.
Mi historia personal de cartas al
director, como colaborador espontáneo, gratuito y casi siempre bajo seudónimo
ha sido prolija y prolífica. A mediados de los años sesenta del siglo XX,
con la nueva Ley de Manuel Fraga, se abre en cierta manera relativamente la
mano y se produce un fenómeno comunicativo en los pueblos y ciudades: a partir
de ahí, ya se puede criticar abiertamente a los políticos, a los alcaldes sin
ir más lejos. Las primeras cartas de un servidor fueron publicadas en el
periodo El Día. Era su director el recordado Ernesto Salcedo Vílchez, y las
publicaba en la mejor página, la tercera, junto a colaboradores habituales y
firmas de prestigio como el inolvidable Miguel Borges Salas. Me sentía con ello
plenamente satisfecho.
Por aquellos años sesenta se
produjo un fenómeno que no se ha vuelto a repetir y con toda seguridad no se
repetirá nunca más en la prensa. En La Orotava, y en menor intensidad en el
Puerto de la Cruz, los escasos letrados, bachilleres y algunos intelectuales
adláteres que se habían hecho a sí mismos se dedicaron a polemizar en el
espacio de cartas al director, en especial en el citado rotativo El Día. Pero
casi siempre, el denominador común fue que nadie firmaba con su nombre;
incluso creo recordar que hubo un pillo o más, que se apropió del seudónimo de
otro para sus diatribas y críticas, casi siempre basadas en los problemas de la
propia localidad o la isla: el agua corriente, la electricidad, las calles o
carreteras mal acondicionadas… Fue el uso de seudónimo un fenómeno rocambolesco
muy propio—a mi parecer-- de la socarronería del canario típico, que tira
la piedra y esconde la mano, en algún caso por partida doble: con seudónimo,
pero con seudónimo que no es el suyo sino el de otro. ¡Genial! (pero ilícito).
Pasa el tiempo y en los años
ochenta las cartas en El Día son muy abundantes. Durante la dirección de J.
Manuel de Pablos, el espacio de cartas al director— a veces titulado de
otra manera-- es un verdadero cajón de sastre donde va a parar de todo; un par
de páginas completas dedicadas a cartas conforman un batiburrillo en el que es
muy difícil distinguir las cartas interesantes de las que tienen poco interés.
Y, en fin, pongamos como ejemplo
de cartas al director de gran calidad las del periódico El País, que recibe más
de un centenar diariamente y más aún ahora con la facilidad que da el
mundo de lo digital tan espontáneo e inmediato. De ellas solo publica El
País cada día media docena, y le da una calidad especial a ese espacio de
cartas: si hay polémica de algún lector con los colaboradores habituales de
opinión, muchas veces intelectuales de gran prestigio, la contestación de
estos a su interlocutor lector de opinión discrepante, se inserta en el mismo
espacio de cartas.
Nota final.- Gracias,
Salvador García, por mentarme como ‘cartista’ al director, en la charla con
Olga Álvarez, que fue profesora mía muy recordada en la Facultad de Ciencias de
la Información. Y gracias al nuevo libro de Olga, ‘Preterido Imperfecto’, pues
estoy seguro de que me va a enseñar algo nuevo. Y también gracias a Isidoro
Sánchez, amigo ilustre de siempre, desde que tocaba el timbre de la hora en el
aula de estudio del colegio salesiano. Isidoro alzó en broma su voz con el
grito de aliento de ¡Espectador!, palabra bastante definitoria de mi
trayectoria vital en lo público, y que he utilizado como uno de mis seudónimos
a lo largo de tantos años de ‘cartista’. (Que no es lo mismo que carterista,
ojo).
Un abrazo a ‘ambos
dos’ y besos para Olga.
Espectador
No hay comentarios:
Publicar un comentario