Salvador García Llanos
Pocas causas han despertado mayor
sensibilidad cívica en el Puerto de la Cruz en los últimos tiempos que el
proyecto de remozamiento del paseo San Telmo, inspirado en una apertura al mar
con la que discrepan abiertamente amplios sectores ciudadanos desde el momento
en que eso se materialice con la destrucción del muro que va desde la plazoleta
de la ermita a la Punta del viento. Al muro en cuestión se le otorga, por los
críticos, un cierto valor histórico que informes técnicos del Cabildo Insular
niegan, al menos en su vertiente patrimonial. Desde luego, lo que no podrán
refutar es una función social, un valor sentimental que ha caracterizado la
fisonomía del paseo en la que también puso su mano César Manrique que lo
convirtió, a principios de los años setenta, en una antesala de su obra cumbre
en Martiánez.
Usuarios del espacio, a los que se han
unido muchas personas que han simpatizado con su lucha, incluso extranjeros,
han perseverado en su oposición hasta confluir en una plataforma que ha
convocado para el próximo sábado, al mediodía, una manifestación. Hasta
entonces hay toda una trayectoria que engloba las concentraciones dominicales,
la distribución de información, los artículos de prensa, el rescate y la
difusión de fotografías (con el muro omnipresente, antes y después de su
reposición) y, sobre todo, la presentación de más de dos mil alegaciones que
fueron desestimadas en su práctica totalidad
Pero no se han rendido. Y por eso han
seguido ganando adeptos con un efecto multiplicador, lo que de por sí es
noticia en una localidad donde siempre se ha hablado mucho, con mayor o menor
propiedad, pero donde también, a la hora de la verdad, poco o nada se ha hecho.
Un pueblo anestesiado, llegamos a escribir hace algún tiempo, aludiendo a la
pasividad y la indolencia con que parecía reaccionar a las tribulaciones y a
las decisiones del gobierno local. Quienes han estado en la causa santelmera,
sorteando imponderables y haciendo caso omiso de embelecos y de peroratas
provocadoras y queipollanescas, han resistido y han contagiado, demostrando que
les duele lo suyo, donde han convivido, lo que es de todos, lo que forma parte
de su idiosincrasia, uno de esos pastos urbanos, con permiso del poeta, que
jamás ha pasado de moda y que gusta así, con sus peculiaridades de muro y
pavimento (Por cierto: atentos a dónde irán todas esa piezas pétreas, de
difícil consecución ya en cualquier excavación).
Han dado un ejemplo, en ese sentido.
Podrán ver caer el muro pero nadie negará su parte de razón, su resistencia y
su identificación.
Todo lo contrario de lo que ha
ocurrido tras la aprobación en un pleno del Ayuntamiento de un Plan de ajuste
que consigna la supresión de la Universidad Popular Municipal ‘Francisco
Afonso’, la Escuela de Música y el Museo Arqueológico Municipal. Hemos dejado
pasar las fechas a ver si alguien reaccionaba. No hemos pulsado ni una sola
discrepancia pública, más allá de la que expresaron algunos grupos políticos en
la sesión. Pero ni una sola protesta ni una sola concentración ni un solo
comunicado. Ni de afectados ni de centrales sindicales ni de representaciones
de personal adscrito. Puede estar contento el gobierno municipal: difícilmente
se encontrarán precedentes de derribo de una obra social tan poco o nada
contestados.
El contraste entre una actitud
(proactiva y comprometida de quienes se oponen al proyecto de San Telmo; pasiva
e indolente de quienes ven cómo se desmoronan servicios y recursos públicos
municipales de alto valor formativo, participativo e histórico-cultural) y otra
es evidente.
Quizás la clave sea esa: lo que duele
y lo que no. Porfiar en causas nobles es expresión de sensibilidad e
identificación. La impasibilidad o la indiferencia son señales indicadoras de
una preocupante apatía social.
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