Bienvenidos al Diario del Valle

SEARCH

martes, 29 de diciembre de 2020

LA PEOR TORMENTA CONOCIDA DE CANARIAS, LA DE SAN FLORENCIO EN 1826

José Melchor Hernández Castilla

La Peor Tormenta Metereológica en Canarias ocurrió en Tenerife entre el 6 y 9 de noviembre de 1826. Su nombre, según el Santoral, sería ciclón tropical, huracán o tormenta San Florencio. Según los investigadores de La Universidad de La Laguna, José Bethencourt-González y Pedro Dorta Antequera, del Departamento de Geografía, en algunas áreas se podrían haber recogido cantidades superiores a 500 milímetros de precipitación y, en distintos lugares de las islas, se podrían haberse superado ampliamente los 100 milímetros de precipitación en 24 horas.

En Tenerife, desaparecieron 600 casas de particulares; se causaron daños en los montes, en la agricultura, con pérdidas de suelo superior al 30% en algunos lugares, y pérdidas de ganado de todo tipo. Según el recuento, en la isla de Tenerife, se calcula unos 298 fallecidos, mucho de ellos aparecidos después de la tormenta, debido en parte, al arrastre de los barrancos. 

El Aluvión del año 1826, reseñado por el beneficiado de la Iglesia del Realejo Alto, Don Antonio Santiago Barrios:

“Jamás los habitantes de la Isla de Tenerife, después de la conquista, habían visto ni experimentado un suceso tan lastimoso ni que más deba conservarse en la memoria de los hombres como el sucedido el año 1826, en la noche del 7 de Noviembre y el día 8, noche y día que debieron hacer punto fijo, para empezar una nueva época, y en particular para los habitantes desde la fuente de La Guancha y San Juan de la Rambla hasta el risco de La Orotava…

Llegó el amanecer del día 7 muy oscura, triste, lleno de nubes y haciendo algún viento, y al paso que sus horas iban creciendo, se iban aumentando su oscuridad y presentándose a la vista el terrible castigo con que la justicia Divina nos amenazaba…

Todos estos tan terribles preparativos siguieron aumentándose más y más hasta las cuatro de la tarde que empezó a llover con violencia y a hacer viento por la tarde del Sur; por momentos se reunía la fuerza de estos dos elementos, y a las seis de la tarde ya corrían los barrancos y con más abundancia el que llaman de "Godínez" y el de "La Raya". A las ocho de la noche ya había mucho sobresalto en las gentes, por la violencia del agua y el viento atemorizaba; no se oía sino un ruido general por todas partes causado por el viento y el agua y los barrancos; los vecinos, por muy inmediatos que vivieran, aunque gritaban no se oían los unos a otros, ni aún que pidieran socorro podían favorecerse, pues no se atrevían ni podían salir de las puertas de sus casas, todos esperando perecer en la violencia del viento, del agua y bajo las ruinas de sus casas que no podían sus techos resistir el peso del agua y el viento, no quedó nada que no sufriera algún estrago.

Este tan violento temporal sin haber la menor interrupción en su fuerza, siguió hasta la una de la mañana y a esa misma hora se observó el trastorno más general en la naturaleza; de todas partes soplaba el viento y atacaba el agua, y por todas partes se veían relámpagos, de modo que en el aire no se notaba oscuridad alguna, porque parecía que el cielo estaba ardiendo y sus llamas iban a abrazar la tierra…

Sucediendo los mayores estragos en las casas, en los terrenos, en las viviendas racionales e irracionales, se pasó el resto de la noche cubriendo ésta con su oscuridad hasta una parte del día, pues a las 8 de la mañana del día 8, con escasez se notaba alguna claridad. Las nubes cubrían la tierra con tanta aproximación que a la distancia de cuatro o cinco varas no se veían los cuerpos; las aguas seguían con la misma impetuosidad, pero el viento había cesado un poco.

A las nueve de la mañana, las aguas se suspendieron pero no del todo, y las nubes se retiraron a los montes por el espacio de 25 ó 30 minutos, y en este corto intervalo algunas personas pudieron salir de sus casas, creyéndose cada una ser ella sola la que existía, porque por un juicio prudente juzgaban que todas las demás habían perecido en aquella terrible noche. ¡Oh cuadro horroroso el que presentaban todo el Valle de la Orotava y las cordilleras de altas montañas que le rodean! No se oía otra cosa que el formidable ruido de los barrancos y los tristes lamentos de los que lloraban, unos por la pérdida de sus hijos, otros por la de sus padres, hermanos y amigos; y casi todos por la de sus haciendas, casas, animales, etc.; todas las quebradas de los riscos eran otros tantos barrancos que cada uno de ellos eran bastante para producir terror. Los barrancos que su nacimiento eran en la cumbre, eran no barrancos, sino un vasto mar; el denominado de "Godínez" que es en el Realejo de Arriba y que pasa por el de Abajo, en los puntos donde no tenía mucha extensión se elevó el agua hasta veinte varas y donde tenía o podía tenerla, se extendió hasta 200, como sucedió en el Realejo donde llaman el Puente, que después de haber ocupado todo lo que siempre había sido barranco se extendió hasta el pie de la calzada; se llevó el puente y catorce casas y un lagar que por la parte del naciente formaba una calle, y destrozó mucha hacienda de viña llevándose hasta la tierra; todo este barranco quedó como una playa de arena, desde el puente del Realejo de Abajo hasta donde en el Realejo de Arriba llaman las Canales Altas; pero tan llano, que el que esto escribe y el V. Beneficiado Don Pedro González Acevedo, subieron montados en sus bestias desde el referido puente hasta el de las Canales Altas; siendo incalculable el valor de los terrenos que destrozó, dejándolos para siempre inútiles, como en la hacienda del Marqués de Villanueva del Prado, donde llaman "El Cuarto", en la hacienda que llaman "Los Beltranes", así en todas las que lindaban con el nombrado barranco, de modo que en la entrada de La Lora, donde llama "El Llanito de la Monja", a la parte del naciente del barranco, había unas hermosas huertas y de ellas no quedó sino las lajas sobre las que estaba la tierra, haciendo lo mismo en todos los terrenos que tanto por una parte como por la otra estaban junto al barranco.

El que escribe esto, puesto en el paseo de la Parroquia a las nueve y media de la mañana, vio correr el agua por encima de los riscos que llaman La Altura y que queda por la plaza de la Parroquia adentro, en la hacienda del Marqués de Villanueva y que esta misma agua cubría todo el terreno que media entre donde en el Realejo de Abajo llaman La Calzada, hasta la casa de Marcos Achar que es por el poniente del referido barranco.

A las diez y media de la mañana del día 8 se volvieron las aguas a repetir con igual violencia que la noche antecedente, pero el viento no era tan riguroso, y en la noche del mismo día 8. Amaneció el día 9 más despejado (Jueves) y las aguas se habían aminorado, sin embargo los barrancos siempre permanecían en su ser, pero ya la gente podía salir de sus casas y preguntarse unos a otros si aún existían; entonces se empezaron a saber las desgracias acaecidas la noche del 7; entonces fue cuando todos conocieron el peligro a que todos estuvieron expuestos y la misericordia de Dios que nos conservó en medios de sus iras. Las personas, tantos hombres como mujeres no respiraban sino ayes tristes, y en los semblantes de todos se notaba una variación que parecía que la imaginación de todos estaba parada y sin saber lo que había sucedido, pues todo lo que se decía que había acontecido parecía incierto e imposible, hasta que pasó y cada uno fue desengañándose por sus propios ojos…

Estragos ocurridos la noche del Aluvión en el lugar del Realejo de Abajo:

En este lugar había un puente de fábrica regular de piedra y cal, y formaba su piso unas vigas de tea muy fuerte, y sus parapetos muy decentes; a la puerta del naciente, por la parte de arriba, adornaba la calle, hasta los parapetos del puente, un muro hecho con bastante gusto, y a la parte de abajo había tres casas de alto y bajo, y por este mismo lado, hacia abajo del barranco, había una calle que tenía cuatro casas, y la última de abajo era la carnicería, y un poco más abajo estaba la casa de los Beltranes de alto y bajo, con un gran lagar por la parte del poniente del puente; al lado de arriba había otra casa terrera grande que llegaba casi al puente; y todas estas nueve casas y el puente perecieron la noche del aluvión del siete a ocho de Noviembre, pereciendo igualmente con ellas catorce personas. En este pueblo y jurisdicción no aconteció ningún otro hecho digno de escribirse.

Estragos ocurridos en el lugar de San Juan de La Rambla:

Este pueblo fue uno de los que más sufrieron en el aluvión de la noche del siete a ocho de Noviembre. Antes de esta desgraciada noche era este pueblo, aunque pequeño, muy hermoso, y sus habitantes se habían esmerado en su aseo y presentaba un golpe de vista muy agradable; tenía un puente regular a la entrada de la plaza de la parroquia, por la parte del naciente de ésta; sus calles estaban muy bien empedradas, y todo él. El aspecto público estaba con el mayor aseo; más, la noche del aluvión quedó todo arrasado como así su Ayuntamiento; lo dice un acta extendida el día treinta de Noviembre de 1826.

Además de lo referido en el acta de aquel Ilustre Ayuntamiento que tuvo cuidado de dejar escrito en su archivo lo sucedido en aquel pueblo en la noche triste y aciaga del siete de Noviembre, en el pago de Santa Catalina, donde el día 25 de Noviembre aquellos vecinos celebraban con mucho aparato y regocijo a la virgen y Mártir Santa Catalina. Esta Ermita estaba muy aseada; la imagen de la Santa era nueva y de mucho gusto y su plaza la cubría un hermoso parral, y la noche del 7 de Noviembre, un nuevo barranco que se formó por la parte de arriba o un brazo del barranco ni mediado que se desprendió de éste y que con mucha violencia bajó por aquellos riscos se la llevó de cimientos, no quedando ni un débil vestigio de ella, y solo se adivinaba dónde estuvo por un pedacito muy corto del parapeto que dividía la plaza del camino y que las aguas dejaron por la parte de arriba de la plaza. Aquí creo que se llevó la bodega del Sr. Del Valle”.

(Escrito del Párroco de la Iglesia del Realejo Alto, Antonio Santiago Barrios, 1826. Documento copiado con fecha seis de Mayo del mil novecientos cuarenta y cuatro, en el Juzgado municipal del Realejo Alto, por los primos José Hernández Rodríguez y Agustín Hernández Luis). 

Bibliografía:

La “Tormenta de San Florencio”, ocurrida en 1826, pudo ser el peor evento meteorológico acaecido en Canarias (30-11-2020). ULL. Noticias.   https://web.archive.org/web/20101203185812/http://www.ull.es/viewullnew/institucional/prensa/Noticias_ULL/es/1505003

-       Santiago Barrios, Antonio. “El Aluvión del año 1826, Reseñado por El Beneficiado de la Iglesia del Realejo Alto (Isla de Tenerife)”. Revista de Aficionado a la Meteorología. RAM. Mayo de 2002. Texto enviado por Leopoldo Álvarez.    

No hay comentarios:

Publicar un comentario