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domingo, 20 de diciembre de 2020

EL 99,9% DE LOS TINERFEÑOS SOMOS CULPABLES DE NUESTRA RUINA SANITARIA, SOCIAL Y ECONÓMICA.

Lorenzo de Ara

Ayer, que fue sábado, creo recordar, una mujer a la que respeto y admiro me espetó lo siguiente: “Es injusto afirmar que Tenerife es una leprosería, un lazareto. Modérate, por favor.” Y más cosas me dijo la buena señora. Conclusión; según ella, hay que esforzarse más que nunca en educar. ¡Hay practicar el humanismo con mayúsculas!

Yo me rindo. 

Es más, me rendí hace tiempo. No creo en el tinerfeño. Es nula nuestra capacidad para controlar una realidad que nos apremia a dar pasos en busca del bien común. 

Tenerife es hoy la antítesis de los que hacen región.

Se ha llegado hasta aquí como consecuencia de una sencilla y escueta realidad. El tinerfeño es incapaz de responder con buen juicio al desafío ante el que se encuentra.

La masa/vulgo es mayoritaria en la Isla. Y no vale el empleo de los estereotipos que hasta hace bien poco condenaban a los más pobres, a los parados y a los sin estudios, a ser los exclusivos responsables de todas las calamidades. 

Esa masa/vulgo está más presente que nunca en los centros de poder. 

Poco o nada puede hacer un pueblo entretenido con televisión basura y política de compadreo.

El pueblo es continuamente alienado con eslóganes retorcidos, pero fácilmente digeribles. 

Está el mantra de la transparencia, la participación ciudadana, la cercanía, el apoyo a la cultura; por otro lado, la abrumadora y tóxica utilización de las redes sociales como ventanas abiertas al vecino, que así puede estar las 24 horas del día en contacto directo con el centro de mando. Todo lo anteriormente expuesto es el producto de una política de cartón piedra. Falacia.

Y la falsedad se ha hecho ciclópea en esta hora amarga que experimenta Tenerife. La isla apestada. 

Por mucho que voceen los alcaldes o el Cabildo, suplicando la responsabilidad de todos, han sido ellos los primeros en fallar. 

Han hecho de la patraña una herramienta comodísima para hacer creer que la población tinerfeña ha sido y es todavía hoy colaborativa y consciente del peligro real que supone el Covid-19. ¡Falso!

Se ha llegado hasta aquí por un solo motivo. El 99,9% de los tinerfeños somos culpables de nuestra ruina sanitaria, social y económica. 

Una minoría casi ridícula es la que ha cumplido. Una minoría inocente es la que ha puesto todo de su parte para salvar vidas. Pero nadie ha hecho caso a esos hombres y mujeres, repito, un reducido número de tinerfeños. Muy al contrario, lo que se ha podido ver a lo largo y ancho de este infierno de Dante es la coronación del todo vale. Y algo más grave si cabe, la entonación por parte de alcaldes y gerifaltes del Cabildo de los consabidos parabienes y felicitaciones dirigidos al pueblo tinerfeño.

Tenerife lo único que puede hacer es felicitar al canarión, ejemplo de solidez, de unidad, de responsabilidad, de buen juicio. 

Un pueblo canarión que nos humilla para nuestro bien con datos que demuestran que en la isla de Gran Canaria está el futuro de esta tierra. Y en la Palma, el Hierro, Fuerteventura, Lanzarote, la Graciosa, también La Gomera. Por estas islas comienza el mañana de Canarias.

Pero Tenerife, con los alcaldes y el Cabildo, con los centenares de miles de vecinos y vecinas que habitan este pedrusco, no es más que una rémora, una carga, un pestilente reducto del pasotismo, la incultura, la política zarrapastrosa pero virtualmente comprometida y próxima al dolor. 

Quia. 

Soy tinerfeño, soy culpable. 

Tenerife es una rutinaria estadística de ruina, miseria, hambre y muerte.

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