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sábado, 18 de abril de 2015

MONAGUILLO, DE DON PEDRO EL CURA

Gregorio Dorta Martín

Fue todo un lujo, fui monaguillo de DON PEDRO el cura. No fui un monaguillo pillo, pero fui ayudante de misa de un cura con mucho peso e historia en este barrio. Todo comenzó como cualquier historia de un niño de esta parroquia. Estaba o estudiaba en la Escuela de Don Benjamín Afonso y fui a sustituir a la iglesia a un compañero que se puso de baja o estaba enfermo en una misa, cuando llegue recuerdo que me encontré con gente que conocía de larga distancia, muy pocas veces en distancias cortas y me encontré con un sacristán o encargado de la iglesia, Melchor que me atendió muy amablemente, aunque yo noté en su forma de hablar que algo pasaba, pero no le di importancia porque cada uno es muy dueño de expresarse como tenga a bien. Esa fue la antesala de la presentación de un chaval con 10, 11 lo máximo 12 años ante el cura de la Vera que fue durante muchos años hasta su jubilación uno de los más famosos del barrio, el más magno y al que todos fuera de la frontera del sector lo conocían por poner un ejemplo, más que hoy a Messi o Ronaldo. En la escuela me eligieron a mí por la altura, necesitaban alguien con cara de inocente, pero que pudiera aguantar muchas horas dentro y fuera de la iglesia. En serio, a mí me gustaba y mucho ser monaguillo, porque me sentía protagonista de todos los que acudían a la iglesia. Recuerdo que me puse la sotana blanca de ayudante, me quedaba corta de pies, casi tengo que usar calcetines largo para que no se me viera mis tobillos o mis rodillas; al preguntar si no había otra de tamaños mayor, me respondió no sé si fue Melchor o Don Pedro,  esa era que la usaba todos los chicos que había pasado por la iglesia y no había manera de que me diera una respuesta acorde, repetía una y otra vez: “esta es la falda de aquí, vaya lío”.

Incluso, recuerdo mi primera misa como monaguillo y como pude pareciendo un embutido por mi vestimenta y mi flaco y largo cuerpo, comenzó la celebración. Yo notaba cierta sonrisita en los parroquianos en mi primera ceremonia, sus caras todas eran muy conocidas, las mujeres delante y los hombres al fondo, típico de aquella etapa. Entonces la Vera no estaba tan poblada como hoy en día.  Aunque uno a pesar de la corta edad tenía muy asumido cual iba hacer mi rol en la vida, eso de ser largo y algo despistado.  Una condición para ser monaguillo tenía que tener ya en tu historial haber hecho la primera comunión y ya la había consumado y ser monaguillo de Don Pedro el cura, no era tarea para nada fácil. Todo lo contrario, muy complicada. Tenías que estar confesando para luego recibir uno de los primeros la santísima comunión y me acuerdo cuando comulgué, el “señor” me supo fatal; era una mezcla de mucho vino con sabor a agua estancada, para un niño de esa edad era todo un castigo, seguro que la misma me dio la fuerza para no arrojarla estrepitosamente sobre el altar. El cura, Don Pedro lo respetaba mucho, sabía que no podía cometer ninguna trastada, ni fechoría aunque a mí me hubiera gustado mucho, para luego correr a contar al resto de amigos que esperaban en los primeros bancos de la propia iglesia, en la oportuna misa. En la misa de los domingos, no recuerdo ver la iglesia, ni vacía, ni media deshabitada, todo lo contrario prácticamente llena. Don Pedro, el cura era muy bueno por sus sermones elocuentes y de vez en cuando se metían de una forma literal con algún vecino que había hecho alguna fechoría. Luego todo ello era comentado por los vecinos en los bancos de la plaza o en las calles o comercios del barrio. Incluso, en uno de mis apuntes de aquella etapa anote en una libreta que llevaba a la escuela uno de sus sermones que yo reproduzco a continuación: “Me gustan los que escuchan y me gustan los que cantan y de tanto andar conmigo, me gusta lo que me pasa, me pasan cosas como estas, pero no tiene importancia, andar contándole a todos, todas las cosas que pasan, porque uno no vive solo y lo que a uno le pasa le está sucediendo al mundo, única razón y causa. Porque todo es tan perfecto, porque perfecto es Dios, que se mueve alguna estrella cuando arranca una flor”. Lo he leído mil y una ocasiones, pero me cuesta entender el mensaje que dio Don Pedro, el cura en alguna ocasión. Todos iban a misa y pese a prestarle mucha atención a Don Pedro, el cura en su sermón muy pocos salían que lo habían entendido un montón.

Las campanas tocaban en casi toda la Misa por lo que era muy difícil pronunciar ni palabra. Aunque a mí me gustaba mucho el sonido fuerte y profundo de las campanas de la iglesia. Tal vez porque anunciaba que era domingo y era fiesta en la calle y en la casa. Hablando de las campanas recuerdo en una ocasión en viernes santos, cuando el sonido de las misma estaban prohibidos y Ulises (q.e.p.d), junto a Teo el de Don Juana hicieron sonar las misma se armó una de padre y señor mío. En esas fechas tan señalas de la muerte resurrección de Jesús, el jueves santos Don Pedro quiso hacer un día diferente y aprovechando que la iglesia tenía ya megafonía, ensayo con tres o cuatro más amigos de aquella etapa (no recuerdo hoy sus nombres), comenzó la plegaría. Había que repetir muchas veces por parte de un compañero, la siguiente frase: Dijo, Pilato. Hasta que en una ocasión manifestó que: “Dijo, Piloto”, se armó cierto revuelo entre los feligreses que escuchaban atento toda la escena.  Por aquellos años los micrófonos de dentro de la iglesia no funcionaban bien; pitaban, se apagaban, un desastre; nuestro amigo Melchor pasaba de vez en cuando por delante del altar en plena celebración, me decía en voz alta (“esto es que no funciona bien, mire chico”) y se dirigía al amplificador, enredaba en todos los botones y ya se pueden imaginar lo que sucedía; yo esperaba que de un momento a otro saliera alguien y me dijera que era una broma de televisión de esas cámaras ocultas, pero no, era real como la vida misma.

El vecindario era muy feliz con DON PEDRO, el cura en la iglesia. Es que era amigo de todos y hacia cosas que todos defendíamos. Un día llegó de la Playa del Socorro en ropa interior a decir una misa, en ese tiempo yo no era monaguillo y que fue contada por todo el barrio. En otra oportunidad tuvo un grave accidente con su coche a altas horas de la madrugada cerca del Centro Médico que está cerca del Hotel Internacional,  con Melchor a bordo, venían de una boda. No fue si era verdad, muchos comentaban que traía una copa de más. Ser monaguillo de Don Pedro, el cura no era tarea nada fácil, tenía a su cargo tres parroquias, La Vera, San Antonio y la Gorgolana, no daba vasto ante tanta misa, primera comunión, bodas, entierros…como para volverse loco. Si el hacía todo ese trabajo, nosotros no nos quedamos atrás y cuando llegaban las fiesta mucho más. En otra oportunidad nos visitó en la iglesia el presbítero irlandés Patrick Peyton, que llego con una frase que en aquella ocasión se puso muy de moda: “La familia que reza unida seguirá unida”, nos confesó a todos y lo hizo fuera del confesionario que nos hacía temblar de verlo tan cerca. Al mismo tiempo, en otra ocasión la misma VIRGEN DE CANDELARIA hizo un recorrido por toda la isla y estuvo en la Parroquia de la Vera, aquello fue un acontecimiento que no olvidaré en mi vida. Sé que de la Vera, se fue o paso por San Antonio y llegó a Puerto de la Cruz.

Siempre me he sentido orgulloso de haber sido monaguillo de Don Pedro, el cura. Un párroco con mucho peso y que dejo una importante huella en el mismo barrio.

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