Gregorio Dorta Martín
Fue todo un lujo, fui
monaguillo de DON PEDRO el cura. No fui un monaguillo pillo, pero fui ayudante
de misa de un cura con mucho peso e historia en este barrio. Todo comenzó como
cualquier historia de un niño de esta parroquia. Estaba o estudiaba en la
Escuela de Don Benjamín Afonso y fui a sustituir a la iglesia a un compañero
que se puso de baja o estaba enfermo en una misa, cuando llegue recuerdo que me
encontré con gente que conocía de larga distancia, muy pocas veces en
distancias cortas y me encontré con un sacristán o encargado de la iglesia,
Melchor que me atendió muy amablemente, aunque yo noté en su forma de hablar
que algo pasaba, pero no le di importancia porque cada uno es muy dueño de
expresarse como tenga a bien. Esa fue la antesala de la presentación de un
chaval con 10, 11 lo máximo 12 años ante el cura de la Vera que fue durante
muchos años hasta su jubilación uno de los más famosos del barrio, el más magno
y al que todos fuera de la frontera del sector lo conocían por poner un ejemplo,
más que hoy a Messi o Ronaldo. En la escuela me eligieron a mí por la altura,
necesitaban alguien con cara de inocente, pero que pudiera aguantar muchas
horas dentro y fuera de la iglesia. En serio, a mí me gustaba y mucho ser monaguillo,
porque me sentía protagonista de todos los que acudían a la iglesia. Recuerdo
que me puse la sotana blanca de ayudante, me quedaba corta de pies, casi tengo
que usar calcetines largo para que no se me viera mis tobillos o mis rodillas;
al preguntar si no había otra de tamaños mayor, me respondió no sé si fue
Melchor o Don Pedro, esa era que la
usaba todos los chicos que había pasado por la iglesia y no había manera de que
me diera una respuesta acorde, repetía una y otra vez: “esta es la falda de
aquí, vaya lío”.
Incluso, recuerdo mi
primera misa como monaguillo y como pude pareciendo un embutido por mi
vestimenta y mi flaco y largo cuerpo, comenzó la celebración. Yo notaba cierta
sonrisita en los parroquianos en mi primera ceremonia, sus caras todas eran muy
conocidas, las mujeres delante y los hombres al fondo, típico de aquella etapa.
Entonces la Vera no estaba tan poblada como hoy en día. Aunque uno a pesar de la corta edad tenía muy
asumido cual iba hacer mi rol en la vida, eso de ser largo y algo
despistado. Una condición para ser
monaguillo tenía que tener ya en tu historial haber hecho la primera comunión y
ya la había consumado y ser monaguillo de Don Pedro el cura, no era tarea para
nada fácil. Todo lo contrario, muy complicada. Tenías que estar confesando para
luego recibir uno de los primeros la santísima comunión y me acuerdo cuando
comulgué, el “señor” me supo fatal; era una mezcla de mucho vino con sabor a
agua estancada, para un niño de esa edad era todo un castigo, seguro que la
misma me dio la fuerza para no arrojarla estrepitosamente sobre el altar. El
cura, Don Pedro lo respetaba mucho, sabía que no podía cometer ninguna
trastada, ni fechoría aunque a mí me hubiera gustado mucho, para luego correr a
contar al resto de amigos que esperaban en los primeros bancos de la propia
iglesia, en la oportuna misa. En la misa de los domingos, no recuerdo ver la
iglesia, ni vacía, ni media deshabitada, todo lo contrario prácticamente llena.
Don Pedro, el cura era muy bueno por sus sermones elocuentes y de vez en cuando
se metían de una forma literal con algún vecino que había hecho alguna
fechoría. Luego todo ello era comentado por los vecinos en los bancos de la
plaza o en las calles o comercios del barrio. Incluso, en uno de mis apuntes de
aquella etapa anote en una libreta que llevaba a la escuela uno de sus sermones
que yo reproduzco a continuación: “Me gustan los que escuchan y me gustan los
que cantan y de tanto andar conmigo, me gusta lo que me pasa, me pasan cosas
como estas, pero no tiene importancia, andar contándole a todos, todas las
cosas que pasan, porque uno no vive solo y lo que a uno le pasa le está
sucediendo al mundo, única razón y causa. Porque todo es tan perfecto, porque
perfecto es Dios, que se mueve alguna estrella cuando arranca una flor”. Lo he
leído mil y una ocasiones, pero me cuesta entender el mensaje que dio Don
Pedro, el cura en alguna ocasión. Todos iban a misa y pese a prestarle mucha
atención a Don Pedro, el cura en su sermón muy pocos salían que lo habían
entendido un montón.
Las campanas tocaban en
casi toda la Misa por lo que era muy difícil pronunciar ni palabra. Aunque a mí
me gustaba mucho el sonido fuerte y profundo de las campanas de la iglesia. Tal
vez porque anunciaba que era domingo y era fiesta en la calle y en la casa.
Hablando de las campanas recuerdo en una ocasión en viernes santos, cuando el
sonido de las misma estaban prohibidos y Ulises (q.e.p.d), junto a Teo el de
Don Juana hicieron sonar las misma se armó una de padre y señor mío. En esas
fechas tan señalas de la muerte resurrección de Jesús, el jueves santos Don
Pedro quiso hacer un día diferente y aprovechando que la iglesia tenía ya
megafonía, ensayo con tres o cuatro más amigos de aquella etapa (no recuerdo
hoy sus nombres), comenzó la plegaría. Había que repetir muchas veces por parte
de un compañero, la siguiente frase: Dijo, Pilato. Hasta que en una ocasión
manifestó que: “Dijo, Piloto”, se armó cierto revuelo entre los feligreses que
escuchaban atento toda la escena. Por
aquellos años los micrófonos de dentro de la iglesia no funcionaban bien;
pitaban, se apagaban, un desastre; nuestro amigo Melchor pasaba de vez en
cuando por delante del altar en plena celebración, me decía en voz alta (“esto
es que no funciona bien, mire chico”) y se dirigía al amplificador, enredaba en
todos los botones y ya se pueden imaginar lo que sucedía; yo esperaba que de un
momento a otro saliera alguien y me dijera que era una broma de televisión de
esas cámaras ocultas, pero no, era real como la vida misma.
El vecindario era muy
feliz con DON PEDRO, el cura en la iglesia. Es que era amigo de todos y hacia
cosas que todos defendíamos. Un día llegó de la Playa del Socorro en ropa
interior a decir una misa, en ese tiempo yo no era monaguillo y que fue contada
por todo el barrio. En otra oportunidad tuvo un grave accidente con su coche a
altas horas de la madrugada cerca del Centro Médico que está cerca del Hotel
Internacional, con Melchor a bordo,
venían de una boda. No fue si era verdad, muchos comentaban que traía una copa
de más. Ser monaguillo de Don Pedro, el cura no era tarea nada fácil, tenía a
su cargo tres parroquias, La Vera, San Antonio y la Gorgolana, no daba vasto
ante tanta misa, primera comunión, bodas, entierros…como para volverse loco. Si
el hacía todo ese trabajo, nosotros no nos quedamos atrás y cuando llegaban las
fiesta mucho más. En otra oportunidad nos visitó en la iglesia el presbítero
irlandés Patrick Peyton, que llego con una frase que en aquella ocasión se puso
muy de moda: “La familia que reza unida seguirá unida”, nos confesó a todos y
lo hizo fuera del confesionario que nos hacía temblar de verlo tan cerca. Al
mismo tiempo, en otra ocasión la misma VIRGEN DE CANDELARIA hizo un recorrido
por toda la isla y estuvo en la Parroquia de la Vera, aquello fue un
acontecimiento que no olvidaré en mi vida. Sé que de la Vera, se fue o paso por
San Antonio y llegó a Puerto de la Cruz.
Siempre me he sentido
orgulloso de haber sido monaguillo de Don Pedro, el cura. Un párroco con mucho
peso y que dejo una importante huella en el mismo barrio.
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