Salvador García Llanos
A Álvaro Castañeda, su cronista puntual.
Anda el Real Unión de Tenerife de
celebración centenaria. Si antes ya era llamado “el histórico”, con mucho más
fundamento hay que reconocer ahora su trayectoria en el fútbol territorial, en
cuya Primera categoría milita porque nadie está libre de los reveses y de los
vaivenes competicionales. Le ha correspondido a Francisco del Pino, unionista
de pro, actual presidente, afrontar la programación de los actos.
Felicitaciones de antemano.
El Real Unión no ha sido -no es- un
equipo más de nuestro pequeño universo balompédico. Originario del popular
barrio El Cabo, en la capital tinerfeña, su núcleo fundacional hay que
encontrarlo en 1915 con el nombre Sociedad de Fomento del Cabo, bajo el lema
“Instrucción, deporte y recreo”. El término Fomento nunca se perdió la del
todo: décadas después, muchos santacruceros seguían identificando al Real Unión
con ese nombre. Es más, cuando el club estuvo a punto de desaparecer, allá por
los años ochenta del pasado siglo, inventaron el lema de una campaña de
“resucitación”: “Un momento, juega el Fomento”.
Pero el club trascendía su
representación del que fuera populoso barrio capitalino. Después del Tenerife,
el Unión, que para eso jugaba en el “Rodríguez López” y disputaba los lunes o
los martes encuentros amistosos con los equipos de Segunda división que venían
a jugar con el Tenerife. El club ya lucía galones históricos, pese a que fue
desposeído de su realeza en 1932, tras el advenimiento de la República. Ya
había aportado jugadores a escuadras peninsulares y ya había conquistado títulos
provinciales y regionales.
Hay un nombre estrechamente vinculado a
la historia del Real Unión: Luis Guiance Abreu, verdadero factótum durante
décadas. Guiance, que había entrenado con el Real Madrid en sus tiempos mozos,
era oficial del Ejército y dedicó al club todos los empeños posibles. Por esa
razón, decían que los árbitros y la Federación favorecían al equipo que vestía
de granate. Guiance iba a todas partes, era usual verle en cualquier campo
desgañitándose a favor de los suyos o lamentando algún lance desfavorable. Su
influencia para incorporar al equipo jugadores que venían a cumplir el servicio
militar a la isla era evidente. En los años setenta, fue uno de los promotores
del Trofeo Teide, una de las competiciones veraniegas más antiguas del país.
Participó el Unión en las primeras ediciones y de hecho ganó la segunda a
Puerto Cruz -los equipos regionales habían eliminado sorprendentemente a
Tenerife y Español, respectivamente- en la única final disputada en el
Rodríguez López.
Pero antes, quedaron para la historia
títulos y partidos memorables. Y procesos de rivalidad, primero con otros
equipos capitalinos, como Toscal y Atlético Buenavista; y luego con el Estrella
lagunero y otros equipos norteños. El Real Unión se vio siempre apoyado por
núcleos de aficionados. En cierta ocasión, las guaguas que les desplazaron al
Puerto de la Cruz estuvieron dando vueltas a la plaza del Charco mientras
entonaban insistentemente: “No hay en el mundo dinero/ para comprar los
colores/ los colores del Unión/ ni se compran ni se venden”, en alusión a un
episodio de amaño de resultados que se registró en un Puerto Cruz-Silense. A
principios de los ochenta, como consecuencia de una reestructuración de
categorías, fue uno de los veinte equipos canarios que estrenaron el grupo
canario de Tercera división, estrato que perdería cuatro años después.
Cien años de un club de fútbol son una
fecha digna de ser reconocida, aún desde la modestia. El histórico tiene
razones sobradas para sentirse así y para lucir orgullo.
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