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sábado, 25 de abril de 2015

MANDINGA, EL BARBERO DEL BARRIO

Gregorio Dorta Martín

Mandinga no sé si era un apodo o su auténtico nombre, fue un barbero de La Vera humilde y singular. Más cercano a los sesenta que a los cincuenta, muy orgulloso de su local situado al bajar la calle Nueva hacia San Antonio, en el mismo cruce, en la propia esquina que se dobla para coger la calle, que va a la Casa Azul, es decir la calle de Pepe el Molinero, donde estaba el único molino de gofio del barrio. Les hablo desde hace mucho tiempo, mis imagines retenidas en el espacio y en mi memoria no son claras, todo lo contrario diáfanas, hay cosas, situaciones o lugares que no puedo dar pie con bola, porque lo que escribo, son momentos de mi infancia, cuando era niño y de memoria. Y ya ha llovido considerablemente desde entonces hasta ahora. Sin embargo, todos los pequeños negocios de aquella etapa y en el barrio y ese trozo de calle eran muy peculiares, muy importantes,  estaba la venta de Doña Juana, la barbería de Mandinga y el Molino de gofio de Pepe el Molinero y en esa misma travesía un poco más retirado la Venta de Doña Concha Cantare. Todo en un espacio menos de los cincuenta metros. Para los vecinos ese espacio tan corto era diferente al resto de la zona.

Mandinga, en aquella etapa creo que era el único barbero que había en la Vera, luego llegaron Domingo, el de América y algunos más, pero el primero de todos o por lo menos que yo lo entienda, era Mandinga un hombre todo temperamento, es de esas personas que sabe hablar a todo el mundo, tiene palabras ingenuas para todo aquel que rondaba su zona, su barbería. Mandinga, saluda a las madres que pasan por fuera de su puerta o ventana, conversa de tú a tú sin ningún problema con los aderezados y los más pobres o humildes del barrio y en su cajón dentro de su barbería siempre había un caramelo,  que en aquella etapa esa golosina en ese momento  era muy deseada por los más pequeños, el  cual se le  daba, al que le diera su cabeza al barbero, para córtale el pelo y si se portaba muy bien,  antes sus manos nerviosas y la cuchilla que bailaba de un lado para otro como si fuera un abanico. ¡Caramelo! Dado y ganado.  Incluso, recuerdo que junto a mis amigos lo conocíamos a Mandinga o barbero por el APACHE. Además, era un genio en sus dos facetas que hacia al unísono, jugaba al billar y te cortaba el pelo.

Muy pocos se imaginan una barbería como la de MANDINGA, que en aquella época estaban muy de moda, con poster de mujeres con ropas ligueras y mostrando sus bellos y hermosos cuerpos a todos los hombres, las cuales pese a la dictadura o lo vetado que estaba en la etapa de la autoridad de Franco, era la misma una válvula de escape para los que allí se iban a cortar el pelo o a jugar al billar otra de las grandes aficiones de el barbero del barrio de la Vera. No recuerdo ver nunca una mujer ni cortándose el pelo, ni dentro de la barbería. Era una peluquería sola o destinada para usos de los hombres. Esa era auténtica de barrio. De la que todos los vecinos compraban loterías. De las que tiene una pequeña bañera, con unas finas navajas para afeitar, con un brocha de las antaño, toda posada en una mesa algo alta de madera y debajo en forma de columna salomónica unos viejos periódicos y unas cuantas revista de señoras escondidas a medias, las cuales de pequeño intentaban espiar mediante el espejo a los viejos verdes del barrio que se volvían locos por leer y ver aquella señoras. Todo ello en pos de la curiosidad y la anatomía muy femenina.

Pues bien, hasta que no tuve uso de razón, es decir bien entrada mi juventud siempre me corto el pelo Mandinga,  cuando estaba en la Escuela de Don Benjamin Afonso y me saboreaba el hecho de llevar siempre el pelo corto, para que mis padres no me echaran la bronca. Aunque antes en esta etapa córtate el pelo era algo mítico, algo religioso. Era un deber y una obligación, las mujeres melenas y los hombres por ser macho, pelo corto nada más que asomarte por encima de las orejas ya tenía la obligación de córtate la caballera o si no todos o la mayoría te llamaban “mariposa” y otras cosas más fuertes que no quiero decir por no ofender. Para ir a la barbería, nunca ibas solo o marchabas con tu padre o tu hermano mayor. Recuerdo que en una oportunidad se me pusieron las orejas como un mapache, algo similar con las greñas de alguno de los componentes del grupo inglés The Beatles o en un náufrago para intentar ser protagonista o dar pena a los compañeros de la clase. Por mi grupo musical, por ser diferente, rebelde como todos los jóvenes,  hasta que mi padre se dio cuenta de mi larga caballera, me llevo siendo ya un pimpollo a Mandinga y le comentó, no sé si en plan broma o en serio: “A este córtale el pelo a cero, no se lo deje ni ver”, el barbero haciendo caso a mi padre, me dejo como la cabeza de Yul Brynner, el actor calvo más famoso de la historia del cine,  tanto que estuve una semana sin ir a la escuela y sin salir de mi casa. Incluso, hasta mi madre le recriminó a mi padre porque le había dicho al barbero que me cortara el pelo a “cero” y mi padre se sorprendía diciendo que él se lo dijo en plan broma que nunca pensó que MANDIGA fuera a dejarme de aquella manera.

El barbero de la Vera era además muy buen jugador de billar, ejercía la profesión con su pasión por la mesa de billar. Daba igual que tuvieras prisa o no la tuvieras, él jugaba sus partidas con su contrincante mientras de atendía. Aún recuerdos sus exquisitos movimientos alrededor de la mesa y su cara acompañando la bola hacia su hueco. Era único, Mandinga era de esas personas que llamaban la atención por todos sus movimientos y sus comentarios. En el fondo sé que a todos les dice el mismo cumplido, pero es la manera que tiene empezar conversación. Esta siempre suele seguir el mismo orden: la familia, mis trabajos, estudios, los cambios del barrio, fútbol, y mujeres. De la vida misma vaya. La butaca de cuero y plata es el equivalente al diván de un psicólogo.

Mandiga fue un fenómeno como barbero, billar y persona.

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