Gregorio Dorta Martín
A pesar del paso de los
años, hay cosas de la infancia que uno recuerda mucho, tanto que se queda uno
marcado de por vida. No me podre olvidarme jamás con 9 o 12 años el asesinato
de una niña de corta edad, de aproximadamente 13 años en mi barrio de La Vera, hace
ya mucho tiempo, poco más o menos 55 años, si la mención o el tiempo no me
falla. Hablo de memoria, sin datos en la mano, no fue un sueño, no fue una
película, fue una historia real que me embudo no solo a mi sino al resto de los
vecinos de aquella etapa y me marco tanto pese a mi niñez, que prácticamente
recuerdo mucho más ese episodio de mi infancia, que en corretear y jugar a la
pelota o al escondite por aquella cuevas del barranco del barrio y, ser feliz,
como lo fue mi inocencia, que pensar como un adulto había sido capaz de
asesinar a una niña de tan corta edad y en aquellas situaciones para un niño de tan
poco tiempo para mi significo mucho. Incluso, pese al transcurrir del tiempo
aún recuerdo toda la escena de cómo me lo contaron y como viví siendo tan
infantil todo ese episodio del crimen de la Vera. Fue un asesinato en toda
regla y posteriormente condenado por todos los vecinos y contado por mi padre y
madre a mediodía cuando alrededor de la mesa nos sentábamos a almorzar con
todos mis hermanos. Aunque antes me había instruido primero que mis propios allegados.
Como cada mediodía,
padre e hijo, iban caminando por la vía de regreso a casa. Mientras le relataba
mí mañana en clase de mecanografía, mi padre distraído en sus pensamientos, aún
no daba crédito a su extraño y duro día. Quien daba clase de escritura al tacto
era el popular Domingo “el cafetero” (q.e.p.e), que lo hacía en su casa en el
camino Cordobés y el cuál era amigo y conocido de mi padre. Desde su casa a la mía
se podía coger o ir por dos sitios diferentes, por cualquiera de ellos, siempre
cruzando el barranco, uno por donde suele parar y dar vuelta en la actualidad
la guagua que nos vienes y nos lleva ahora a Puerto de la Cruz y la otra por el
puente de acero que unía la plaza de la Iglesia con la calle Nueva o mi casa,
ese puente que está siendo remodelado y que se encuentra en obras. No sé por
qué aquel mediodía fui yo el que eligió el camino, normalmente daba igual ir
por un lado que por otro, porque la distancia era prácticamente las misma. Sin
embargo, ese día mi inocencia o porque la plaza del barrio me llamaba más la
atención que pasar por toda el vecindario de la calle nueva hasta mi morada.
-Papá cruzamos por aquí-le
dije frenando a mi padre y tirándole del brazo-
-No hijo, es peligroso,
el barranco apenas tiene arcén y por la zona de la iglesia hay muchos Guardia
Civiles porque han encontrado una niña muerta- Me hizo, caso y lo dijo sin
detenerse.
-Pero papá,
papá-insistía-Y por qué ese hombre ha matado a esa niña.
¡Hijo ten cuidado!- me
gritó y que andaba absorto por el centro de la carretera- Hay mucho asesino
suelto, hay mucha gente que está muy mal de la cabeza y pierde la noción o el
sentido común de las cosas. Esta gente terriblemente enferma no sabe lo que son
capaces de hacer. Ayer por la tarde asesinaron a una niña muy cerca de la
iglesia y el mismo homicida la enterró a cien metro de la parroquia.
Incluso, al llegar al Templo
me indico donde apareció la niña. Que complicado era para mi padre que me
quería tener informado, no solo por el hecho de la noticia, sino incluso para
que tuviera cuidado con toda clase de gente. La cara de mi padre era todo un
poema contando esa trágica noticia que había conmocionado a todo el barrio.
Seguramente lo describía, no para hacerme daño, sino para que estuviera
precavido que con desconocidos no podía ir a ningún lado.
--- Fue tan bestia el
matador que no supo enterrar la niña. Le dejo media pierna por fuera cerca de
la iglesia en la primera curva que iba desde la propia Iglesia hasta la
carretera general y por ello la guardia civil no tarda en encontrar su cuerpo.
Incluso, tampoco al asesino que no sé si se entregó o lo descubrió la propia
Guardia Civil. Los comentarios fueron generalizados por todo el barrio, aunque
a los más pequeños nos contaron la parte que más les interesaba a los padres,
para que cara al futuro tuviéramos mucho cuidado con quien estábamos o que
gente había que tener cierto cuidados.
---En el almuerzo
alrededor de la mesa se hizo silencio y el calor apretaba lo suyo, seguramente
ese crimen ocurrió en verano. Mi padre seguía hablando con los vecinos en el
portal de la casa. Mis hermanas parecían doloridas, intentaban abrir los
párpados e incorporarse a la mesa para comenzar el ritual de un almuerzo más,
seguro que muy diferente al resto. Allí se expuso todo el contenido de lo que
mi padre ya me había adelantado por el camino y alzando su voz para que tuviéramos
cuidado de no llevarnos para nada con la amabilidad de algunos que se podían
aprovechar de nuestra inocencia. A pesar de los años todavía recuerdo esa
escena que marco algo mi infancia y seguramente muchos de los vecinos que
estarán leyendo este escrito estarán pensando que ellos también se acuerda del
Crimen de una niña en la Vera. Una historia negra de mi barrio que siempre con
la gente de mi edad la cuento y que me hizo psicológicamente mucho daño.
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