Rosario Valcárcel
La dichosa pandemia del Covi19 no termina de
despedirse, ni los fuegos de verano, ni los cataclismos que provoca el planeta,
como el volcán de Cumbre Vieja en la isla de La Palma, que igual que la parca
ha iniciado su viaje de destrucción y dolor. Actualmente vivimos con la
sensación de pérdida, de sabor a muerte, de no saber con claridad como sucumbir
en este planeta por el que transitamos.
Pero los
estudios han demostrado que tras un desastre natural, la gran mayoría de las
personas reaccionan con valentía y se adaptan a estas situaciones estresantes
sin desarrollar gran tipo de psicología grave.
Mas la vida es más sorprendente de lo que habíamos
pensado o soñado y, el miedo y la amargura, los problemas de concentración, la
pérdida de memoria nos ha alcanzado y hemos sufrido la ruptura interna,
perturbaciones, tormentos que se ha quedado grabados en la memoria. La
pandemia, la crisis sanitaria, la falta de interacción social el cambio climático, la inestabilidad
económica nos está llevando a un incremento de diagnóstico de trastornos psicológicos
serios. Un estudio internacional estima que la crisis del coronavirus provocó
53 millones más de trastornos depresivos.
Y, a pesar de que actualmente nos estamos incorporando
a la nueva normalidad, al reencuentro por fin presencial, a cumplir nuestros
deseos, esos que hace muy poco tiempo parecían incansables. A retomar los
latidos callejeros, el ocio nocturno, los bailes, la belleza de la
cotidianidad, el placer de las pequeñas cosas. Otros, sin embargo, siguen
aterrados, no se quitan las mascarillas ni en los lugares permitidos. Viven sin
disfrutar del otoño dorado, la montaña ni el mar, las tardes apacibles y las
noches estrelladas. Viven con una sensación de terror, que les lleva a seguir
batallando con el sufrimiento, la
tristeza, la confusión, sin plantearse la opción de ir aligerando
cargas, asumiendo, eso sí, todo lo vivido.
Viven con el alma en un puño, se niegan a compartir mesa con otro amigo que no sea conviviente. Sienten un miedo exagerado a ser tocado, temen el contagio, que lo alcance la enfermedad, la incertidumbre, las miserias diarias. Solo se sienten seguros en su aislamiento, en su propia cueva, en su propio mundo.
- No
podremos vernos, lo siento, lo siento. Salir de casa es muy peligroso. Nada es
seguro.
Me dijo mi amigo Juan Ignacio, a través del teléfono,
a pesar de que yo había recorrido dos mil quinientos kilómetros para compartir
un ratito de amistad.
Lo triste es que los grupos más afectados han sido
adolescentes, jóvenes, mujeres, personas mayores con enfermedades mentales previas y clases
sociales más desfavorecidas, todos ellos han sentido una gran impotencia por no
saber cómo defenderse de un enemigo invisible y letal. Por la incertidumbre
ante un enemigo que nos ha llevado a la
enfermedad, la pobreza, las colas del hambre, al infierno o al paraíso para
siempre. Nos ha llevado a un incremento de diagnóstico de trastornos
psicológicos serios.
Pero como afortunadamente el tema de la salud mental
ya no es un tabú, ell@s han buscado ayuda psicológica, experimentando una gran
crisis en el sistema público sanitario en España.
Una crisis que ya existía mucho antes de marzo del
2020, en la que, a diario, se suicidaba una media de 10 personas en España. Los
ataques de ansiedad y los trastornos depresivos estaban al alza e íbamos a la
cabeza de Europa en el consumo de ansiolíticos.
No estamos preparados para esta pandemia, ni para
ningún cataclismo. Vivimos con la sensación de destrucción, de sabor a muerte,
de no saber cómo sucumbir en este enloquecido mundo que nos lleva a esa
desesperada confusión y al delirio brutal que alimenta las enfermedades
mentales, el ofuscamiento que nutre la enfermedad, el mal, el vacío, la nada.
Los líderes de la tierra se han visto en encrucijadas
dramáticas, en fenómenos complejos, en tener que buscar asesoramientos, curas
secretas, en tomar opciones algunas veces no entendidas: entre salvar a
millones de personas del virus, atender a uno de cada cinco españoles que
sufren depresión o destruir millones de vidas por la quiebra económica.
Decía el escritor uruguayo Eduardo Galeano: …El
destino es un espacio abierto y para llenarlo como se debe hay que pelear a
brazo partido contra el quieto mundo de la muerte y la obediencia y las putas
prohibiciones.
Y para que no
nos alcance la frontera entre la locura y la muerte debemos trabajar las
emociones, eso es lo prioritario. También urge algún tipo de reforma drástica:
campañas de sensibilización; formación y capacitación en los ámbitos sanitario
y educativo. Actualización de la estrategia de salud mental. Aprobar un plan
nacional de prevención ante los trastornos mentales. Además de estar convencida
de que es necesario aumentar las ratios de psicólogos y psiquiatras por
habitante en la Sanidad Pública, así como en atención primaria para que las
terapias en grupos vulnerables no sea un privilegio de unos pocos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario