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sábado, 20 de febrero de 2016

CALLE DEL LEÓN, LA OROTAVA


Evaristo Fuentes Melián

En mis bajadas y subidas de tantos y tantos años, andando por la calle del León de La Orotava, la familia Salazar formaba parte de mi geografía humana además de algunos otros recordados vecinos. La familia Salazar, compuesta por nueve hermanos, vivía en un hermoso caserón bien conservado, bajando a la derecha; era una familia muy distinguida, me acuerdo de cada uno de sus componentes individuales, féminas y varones; son destellos visuales de mi retina que no se olvidan con el tiempo.  También presencié en ese mi cotidiano itinerario, la llegada a La Villa, en 1951,  del juez, más tarde magistrado y escritor de gala, don José Luis Sánchez Parodi, que habitó en una casa terrera, bajando a la izquierda, donde también vivió mi tío Perico, el practicante, casi frente a la casa, actualmente abandonada, del  veterinario don Rafael Pinillos. Y por encima, Agustín el Gigante, versátil maestro del timple, que lo exhibía tocándolo detrás de su cogote, con un rasgueado muy singular.

También veía a mi amigo Juan Carlos Jiménez, jugando a conducir con un volante que era una cajita metálica, posiblemente de betún, haciendo el motor con el ruido de su boca, en medio de la calle del León cuando era una hondonada mal empedrada, con el centro cóncavo de su sección transversal. Hoy está jubilado, pero Juan Carlos ya adulto nos conducía pilotando el avión ‘Fokker’ a las islas menores.

Casi haciendo esquina con la calle del Cantillo (de canto), donde manejaban sierras mis amigos Ángel y Lorenzo, en la calle del León había un barbero ya mayor y algo obeso, silencioso y formal.

Volviendo al principio, elipsis fílmica de mi memoria, hace unos días leí en una esquela en el periódico el fallecimiento el año pasado de la última hermana que quedaba en este mundo de la familia Salazar de la calle del León.  ¡No somos nadie! Ya lo decía Jorge Manrique: “…Cómo se pasa la vida y cómo se viene la muerte, tan callando…”.

Espectador

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