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sábado, 28 de septiembre de 2013

SEGUNDA ENSEÑANZA

Salvador García Llanos

Fue el adelanto de la memoria de un centro educativo, el colegio de Segunda Enseñanza del Puerto de la Cruz (1927-1975), expuesto en el Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias por el doctor Luis Espinosa García-Estrada quien, junto a su prima Margarita Rodríguez Espinosa, se ha empeñado en publicar un libro que contenga la trayectoria del lugar -mejor: de los lugares- donde se formaron varias generaciones de portuenses.

Porque el colegio tuvo varias sedes: desde la inicial, en la Casa Ventoso (que después acogió el de los padres agustinos), hasta la final en antigua edificación que acogió la sanidad/maternidad municipal, muy cerca de la plaza de la Iglesia y hoy integrada en el CIP Tomás de Iriarte, pasando por la vieja casona de los González, en la calle San Felipe (el actual Museo Arqueológico Municipal), y el antiguo Instituto Laboral y después de Formación Profesional, actualmente la Casa de la Juventud.

Luis Espinosa, miembro de una familia que brilla por el gen de la docencia y que tanto aportó al desarrollo del colegio, desmenuzó los orígenes y las primeras etapas, plagadas de dificultades de todo tipo. Agustín Estrada Madán se esforzó lo suyo, los ‘padritos’ y las monjas de la Pureza fueron muy sensibles en aquellos años veinte del pasado siglo, cuando en todo el valle de La Orotava no había un centro de segunda enseñanza. Hasta que el edil José Bercedo se trajo de Las Palmas de Gran Canaria a Manuel Zarzosa para poner en marcha el colegio que se ubica, en principio, en la Casa Ventoso que también albergaba el Ayuntamiento, con un alquiler de dos mil pesetas anuales. El alcalde Isidoro Luz conocía bien a Agustín Espinosa y le pide, en determinado momento, que se hiciera cargo del colegio.

El relato de Luis Espinosa se detiene en 1936, cuando la guerra incivil colapsó seriamente la actividad del centro. Cándido Hernández asumió tareas de dirección pero arrojó la toalla muy pronto: los profesores fueron degradados y el ambiente no propiciaba preocupación por la enseñanza. Durante varios años, no hubo colegio. Varios portuenses se movieron y se esforzaron en su reapertura. Hay una etapa en la casona que hoy es sede del Museo Arqueológico hasta que es trasladado a la actual Casa de la Juventud, en la calle Pérez Zamora (entonces, una barranquera) frente al conocido Callejón del Juego.

Según Espinosa, el comienzo de esta nueva etapa en la nueva sede no fue feliz pues la Ley franquista prohibía los colegios mixtos. Con habilidad, una redistribución horaria y un traslado de varones a La Orotava se sortean las dificultades y se consolida el colegio, donde se preparaba el examen de Ingreso (a bachillerato) que luego se hacía en el instituto de La Laguna. Un bachillerato, por cierto, de siete años y que requería una reválida antes de entrar en la Universidad.

Luego, la obligada mención a profesores que se erigieron en auténticos baluartes del centro: José Flores, Minita Carmona (la enseñanza del idioma, por si no lo sabían, variaba según el curso de la II Guerra Mundial), Cándido Rodríguez, que impartía latín y griego, Carlos González, que tenía a su cargo las matemáticas, como Guillermo Martínez, que había sido piloto de aviación en el bando republicano, Aniceto Rodríguez, Matilde García Estrada, Cándido Chávez, María Teresa García… Hubo dos alumnos que fueron rectores de la universidad lagunera: Benito Rodríguez Ríos y Jesús Hernández Perera. Y más alumnos destacados, luego profesores del centro: Telesforo Bravo, Manuel López, Celestino Padrón Molina, Roger Montes de Oca, Luis Gálvez Monreal, Jesús Hernández Martín…

Luis Espinosa destacó la sensibilidad de Cándido Chávez y Carlota Savatry, que enseñaba francés, empeñados en un Patronato que sirviera para garantizar la continuidad del colegio que tiene su sede, hasta el final de sus días, allá por el curso 1975, en un ala de la antigua sanidad/maternidad municipal.

Allí quedaron afanes, aprendizajes, juegos, travesuras, amores y formación, mucha formación. Espinosa reveló que Rubéns López escribió el “credo del colegio”, un testimonio que conserva para la futura edición y que condensa, seguramente, el singular espíritu de un centro del que los portuenses, especialmente quienes allí cursamos una época decisiva de nuestra existencia, nos sentimos muy orgullosos.

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