Lorenzo
de Ara
El
'enchufe' es la mejor manera que existe para encontrar un puesto de trabajo. Lo
publica El Mundo según un barómetro del Cis, que lo sabe todo. Hay que tener
amigos, pero amigos de los muy buenos para que echen un cable, o dos, y así,
salir de la miseria, el paro y la mierda de mundo en el que viven por
obligación millones de españoles. Y si no hay amigos de esa calidad suprema,
pues echar mano de familiares, que también son capaces de realizar el milagro.
¿Qué foto obtenemos de estos datos? Pues que España es como es, ya pueden
transcurrir siglos y más siglos. El bendito 'enchufe' nunca falla. Yo lo llamo
hacer la pelota al que puede hacer algo por mí. Y juro que lo he hecho.
A
lo largo de estos dos años de paro le he llorado a más de media docena de hijos
de puta. Moqueando soltaba un discursito para ver si de una vez por todas
recuperaba la dosis de dignidad que toda persona con dos huevos precisa para
seguir tirando hacia delante. Pero, oye, ni llorando, ni arrodillándome, ni
prometiendo una lealtad a prueba de bombas.
Bien
es cierto que el ‘enchufe’ a través de amigos yo lo tengo muy crudo. Reconozco
que la amistad no es mi fuerte. Mi forma de ser está muy alejada de los parámetros
que se manejan para caerle simpático al fulano que recuerda las palabras
mágicas para abrir de nuevo las puertas del mercado laboral.
Confieso
que soy un hijo de puta y nada tengo que ver con un ternero. Soy un lobo a
carta cabal, depredador sin dudas existenciales sobre lo que es el bien y lo
que es el mal, y, claro, cuando el mendicante se presenta con tales
credenciales, el ‘enchufe’ termina por convertirse en un espejismo.
Pero
en España no. Y aquí no valen estudios, cualificación y formación. Que yo
tampoco tengo, por cierto. Todo eso que llama meritocracia termina por los
suelos. Aquí lo que de verdad tiene mérito es dar coba a un familiar directo, a
un amigo. Pero no a un mindundi, no. Hay que tener buen ojo.
Te
lo dice quien se rindió ante los mediocres de una empresa maloliente, que creyó
en la promesa de otros tiburones y que ahora se arrastra por los suelos
recogiendo migajas o sobreviviendo a base de pastillas, hipocresía que deja sin
alma y noches de insomnio en las que los demonios de siempre se presentan para
mordisquear en el corazón.
Hazme
caso, bobomierda. Al amigo hay que cuidarlo y al familiar directo más todavía.
No hagas como yo. Y si en la empresa los mediocres te putean, desde el jefe al
paleto cavernícola, tú a callar. Ponte a cuatro a patas y recibe.
Está
demostrado, mejor es vivir entre cochinos que comer las sobras que regurgitan.
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