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sábado, 21 de noviembre de 2015

LA PARRANDERÍA SE VISTE DE FIESTA


Isidro Pérez Brito

Erase una vez un hombre a una guitarra pegado…, que diría Quevedo, un realejero amante de las tradiciones, del folklore,…el buen folklore, que está exento de corres, subes, bajas, dinero y cosas así. Un folklore en estado puro, aquel que vio y aprendió a querer desde que sólo era un chiquillo. Actualmente es uno más dentro de una de las pocas parrandas que nos quedan, Los Amigos, con Rosa, Gerardo, Gonzalo, Pedro, Octavio, Tino el de la Era, Gorrín, entre otros.

La venta de su madre, doña Remedios Dévora, en la calle El Medio Arriba, en ese trasunto que precede al duro ascenso hacia Las Toscas de Romero, era el lugar de  sus juegos; entre sacos y sacos de trigo y millo apilados esperando que los vecinos vinieran a buscar sus raciones en la posguerra. Trigo necesario para que los más pobres pudieran salir adelante, cumplir con sus faenas e incluso compartir lo poco que daban con otros familiares más deprimidos económicamente.

Francisco Machado Dévora, Pancho el Grifo, como es conocido entre los vecinos,  es un hombre honrado y respetuoso con las señas de identidad,  que deja a un lado ese concepto equivocado del  parrandero como pobre borrachito, viva la  Virgen, al que sólo le mueve el trago y la holgazanería.


Afirma que a principios de los cuarenta y cincuenta del siglo pasado, se reunían en la venta de su madre, con esas jareitas asadas cuyo olor y sabor son irrepetibles hoy en día, y ese vinito crusantero de profundo gusto a frutas que tampoco se encuentra ya. Allí tras algunos vasitos de ese buen caldo que les digo, se ponían manos y pies a la obra y ascendían pausadamente las Toscas de Romero, hasta llegar a la casa de don Manuel el de Adriano. Iban en esa parrandería Manolo y Guillermo Guanche, junto con Domingo Mínguer, que venía desde Santa Cruz sólo pa`darle a la Parranda.

“Se metían unos tenderetes sanitos, sin borracheras, pero con algunos vasitos para sacarle partido a la alegría innata en el alma de los canariosLo importante no era beber, sino tocar y cantar”.

Desde que tuvo uso de razón Pancho palpó de cerca esa forma amena de disfrutar de la vida, a pesar de los sinsabores, penurias y carencias, que por aquel entonces existían.

Como todos los pequeños comercios de la época, era lugar de encuentro, con nocturnidad y alevosía, para muchos hombres amantes del folklore. Así cuando el sol ocultaba su rostro, las guitarras y laudes como si fueran grillos acudían a su cita.

Pancho recuerda como de pequeño veía en la venta a Manuel Guanche junto con Pedro el Pichón, ensimismado en una esquina observaba cada movimiento de la mano recorriendo los trates de la guitarra, para luego meterse en su cuarto y practicar con aquella guitarra vieja que su hermano mayor le había regalado.

Un día tuvo el valor y se puso delante de don Manuel y le dijo que él también quería aprender a tocar, y así fue como comenzó a sentir ese cosquilleo indescriptible que siente el parrandero cuando de forma espontánea se arranca por unas folías, isas o malagueñas.

¡Lamentablemente esa parranda de la Cruz se ha perdido,… a ver si la recuperamos!

El Grifo, un parrandero calladito que ha recorrido a lo largo de sus setenta y tantos años el municipio, enamorándose de todos los rincones en los que ha estado, como ese Mirador de La Corona y los  tenderetes en casa Antonio Mesa, con la habitual compañía por esas tierras de alzados de Raimundo y su violín. Especial recuerdo tiene por su tocayo Pancho El Petudo que le acompañaba a la finca del Tamirano a buscar a Octavio para principiar la parranda con Lucio el tejero, o en la recordada víspera del día de La Cruz, cuando salían alrededor de la calle, subiendo por una y bajando por otra, dejando el pique de los fuegos durante un rato aparte, cantando a los ausentes con verdadera pasión tanto los de la calle El Sol como los de la calle El Medio.

¡Qué parrandas aquellas! , con Manuel Dévora y su hermano Félix, que le mandaba a todo, guitarra, timple, mandolina, laúd,.., Ruperto y su violín, Domingo el Media Peseta, José el del Mocán con sus hijos Luciano e Ismael, con Guillermo y Manuel el Rubio de la Piñera, Pedro el Canario e Ignacio del Horno, Balbino, Manuel el Pachincha, Pancho el de Dulce, Manuel el Pinalete, entre muchos otros.


Como las buenas películas que se proyectaban en el entonces flamante Cine Viera, la historia termina con una lista interminable de aquellos actores anónimos que figuran ya con nombre propio en el acervo  de la cultura popular de esta Villa de Los Realejos, sirva pues  este artículo como homenaje a  todos ellos.

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