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sábado, 21 de noviembre de 2015

DIEZ MINUTOS


José Sebastián Silvente

Pues sí, queridos lectores,
mi vida transcurría feliz;
viajaba, tenía amigos,
leía, escribía, escuchaba música, dormía,
comía, bebía… el más suertudo me creí
cuando salía a la calle sonriente
y todos me saludaban: “buenos días, señor Silvente”
Mis días, como quien dice, pasaban más que impolutos
hasta aquella aciaga noche cuando me llamó mi amada
y al instante, respondí : “llámame en diez minutos.”
¡Oh, Señor!,  ¿por qué, por qué,
sin motivo, sin razón, sin pensarlo, sin pasión
salió la frase grosera y rancia, como los brutos?
Como pasaba el tiempo, sin recibir su llamada, tuve que llamarla yo
¿Y qué creerán que escuché con su transmudada voz?
que “en qué estaría pensando yo en aquella rara noche”
que “a qué o a quién dedicaba esos largos diez minutos”
que “qué es lo que hice en ese tiempo y por qué tanto derroche”
que “quién me tenía ocupado la decena de minutos”
Y su voz seguía y seguía: “¡pendejo, malandrín,
confiesa dónde estuviste en esos largos diez minutos!”
Y como un trueno en lo alto, o en lo bajo, creo yo,
porque sonaba a ultratumba, siguió como una maldición:
“¡Sufrirás justo castigo por torpe y por derrochón;
ya no tendrás lindos días, ni amigos, ni largos viajes,
la comida y la bebida se sabrán como la hiel,
no conciliarás el sueño, por rumbero y por infiel,
de cada diez en diez minutos yo te martillearé
recordándote sin tregua: DIEZ, DIEZ, DIEZ, DIEZ!
¡No contarás ovejitas, sólo la palabra: DIEZ,
y en vela pasarás las noches saltando de diez en diez!
¡Penarás más que Segismundo y más que Edmundo Dantés
por haber osado, en minutos, pronunciar la palabra DIEZ!
¡Cuando salgas a la calle, nadie te saludará
y nadie de tus amigos a tu lado quedará!
¡Esa cara que sonreía, mudará triste y ajada
y en cuestión de poco tiempo perderá su lozanía,
así que, olvídate de que existo, porque me voy a Etiopía!”
Y así, queridos lectores, mi vida en todo cambió:
ya no hay día que no llueva, con mucho frío o calor,
no puedo comer siquiera ni pipas de girasol,
todo me sabe a hiel, más amargo que un dolor,
beber ya tampoco puedo, pues  vinagre toda el agua
al beberla, torna y muda
y mis tripas hierven y hierven, provocando vomitón.
¡¡¡Ay, mísero de mí, cuánto tormento,
de haber pronunciado el DIEZ yo me arrepiento!!!
Si al menos le hubiera dicho… un par, o cinco o seis o siete…
quizás no estaría sufriendo yo tanto en este momento,
pero no;  tuvo que ser el DIEZ, con su uno y con su cero.
Vean cuán puede cambiarlo todo una frase en desatino,
Porque en realidad, amigos, yo quería HACER PIPÍ, pero quise hacerme el fino,
que no es oro todo lo que reluce
ni esencia todo lo que huele, cierto,
ni es bueno de necesidad
cualquier humano pensamiento.
A ver ahora cómo y dónde encuentro yo
nombres, adverbios, pronombres,
artículos, adjetivos, preposiciones, verbos,
conjunciones e interjecciones, que sirvan de sustitutos
para cambiar esa frase; esa desgraciada frase:

“Llámame  en diez minutos”

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