Carlos Felipe Martell. Profesor y escritor
1.
Fundamentos
Tengo
un mensaje para ti. Enseguida te lo haré saber, pero vayamos por partes. En
primer lugar, te plantearé una reflexión. ¿Qué niña o niño no se ha planteado
alguna vez por qué sus padres eligieron para ella el nombre que tiene? En tu
caso, Promo Guay, no solo te habrás preguntado el porqué de tu nombre, sino,
sobre todo, por qué tienes un nombre. La respuesta está relacionada con los
principios fundamentales de la docencia y, antes de que te vayas de la uni, ha
llegado la hora de explicártelo.
En mi condición de profesor universitario, tengo muy interiorizados los fundamentos que rigen mi profesión. Son dos, aunque el segundo viene a ser una consecuencia derivada del primero. El primero de dichos fundamentos establece que el auténtico protagonista del sistema educativo eres tú, Promo Guay. Tal cual, créeme. El estudiante es el prota de la peli universitaria, y eso no admite discusión. Sin estudiantes nosotros no existiríamos. Los estudiantes pagan nuestros sueldos y, por consiguiente, eres tú (no al revés) la que tienes que exigirnos, pues está en juego el aprendizaje de cómo armarte para aterrizar en el mercado laboral. El periplo universitario no consiste en una serie de supervivencia, este no es el juego del calamar sino la configuración de tu inminente vida. Nosotros, y ese es nuestro papel principal, tenemos que proporcionarte las herramientas adecuadas con las que puedas enfrentarte a tu futuro profesional en las mejores condiciones. Para que esa transmisión fluya de manera mullida, los profesores tenemos que hacer lo posible para materializar el segundo mandamiento. Ese mandamiento se llama empatía. En su acepción más simple, la empatía no es más que el antónimo de la tensión ambiental en un aula. Como mínimo estamos obligados a huir de la tradicional jerarquía elitista que, hasta hace unas décadas, imperaba en la relación entre profesores y alumnos. Y no basta con la forma más bondadosa de esa jerarquía, forma conocida como condescendencia. No basta con sonreír a los estudiantes desde la atalaya, desde un peldaño más alto, tratando de dar el pego y parecer comprensivos con ellos. No nos engañemos. La condescendencia hace sentirse superior al que la pone en práctica. La empatía es mucho más que eso. Estudiantes y profesores nos movemos en el mismo plano, sin escalafones. Los docentes tenemos que bajar del escalón, huir de la frialdad y ablandar la comunicación, sobre todo porque estamos tratando con personas que, debido a su edad, están sometidas a constantes bandazos emocionales. Esos, mi querida Promo Guay, son los fundamentos de la enseñanza. Por eso, precisamente por eso, y siempre con una ligera pincelada de humor, a cada nueva generación universitaria de nuestro grado le propongo un nombre que le dé vida, una identidad que permita identificarla. Porque tú tienes alma.
2.
Orígenes
Ya sabes por qué tienes un nombre. Ahora falta saber el porqué de tu nombre. Te lo expliqué en su momento, pero tal vez lo hayas olvidado. Casi siempre los nombres se estampan por casualidad, y tu caso es un claro ejemplo. Fue culpa de mi monitora de zumba, la muy loquita. Voy a viajar a los primeros meses de 2019, un año antes del apocalipsis. Dado que yo siempre bebía (y sigo bebiendo) guayoyos, dado que yo siempre contaba (y sigo contando) que bebía guayoyos, mi monitora, con el humor sardónico que la caracterizaba, propuso el nombre de “Promoción Guayoyo” para los nuevos alumnos que estaban a punto de matricularse en el Grado en Turismo de la Universidad de La Laguna. La propuesta, junto con otras aportadas por diferentes personas, fue sometida a votación en mis redes sociales y resultó ser la más apoyada. Promoción Guayoyo. Sonaba raro, sí, pero… Vale. Lo mejor del nombre consistía en que toda promoción también era conocida por su nombre abreviado. Por ejemplo, las predecesoras promociones “Fantasía”, “Golosina” o “Caramelo” eran más conocidas como “Promo Fanta”, “Promo Golo” o “Promo Cara”. Consecuentemente, había nacido la “Promo Guay”. ¡Y ese nombre sí que molaba!
3.
Promo Guay
Y
aquí estamos, Promo Guay. Hoy me pongo en versión 2019, en versión
prepandémica, para dirigirme a ti. Lo hago ahora porque estás a punto de
graduarte. Aunque tú no lo sepas porque nunca te lo dije, el primer día que nos
vimos, ese día, se quedó grabado para siempre en el primer cajón del armario de
mis recuerdos. Aquellas decenas de ojos tan abiertos, que parecían mirarme con
insaciables ansias de comerse la universidad, las ilusiones y la vida, agitaron
mi alma y perfumaron de embrujo el aula E.3.1. Tú, Promo Guay, me escudriñabas
con la innegociable curiosidad juvenil con la que siempre se analizan las
primeras impresiones proporcionadas por un nuevo profesor. Recuerdo que
sonreías. Sonreías y yo también lo hacía porque me contagiabas. Era imposible
no hacerlo. Una promoción de cine. Esto que digo puede sonarte exagerado. Y no
te creas que no lo entiendo, Promo Guay. La visión que yo tengo de ustedes y la
que ustedes tienen de mí, por puro sentido común, distan un universo. Es un
tema de perspectivas generadas por el paso del tiempo. Suele decirse que la
edad te da experiencia, pero eso no es necesariamente cierto. Lo que sí te da
la edad es perspectiva. Al tener más edad que tú, tengo más perspectiva. En eso
sí que te gano. Por eso nuestros enfoques, las percepciones que tenemos la una
del otro, distan un universo. Ese universo que nos separa yo lo percibo pintado
de chocolatinas, pikachus, nostalgia y diversión. En ese universo, al menos
visto desde mi lado, flota el juego esotérico del amor, un ratito de zumba,
cruces de saludos, risas, jóvenes estudiantes chachipirulis, unas horas de
charla en el seminario, algún almuerzo y varios guayoyos. Tan solo fueron tres
meses de convivencia. Eso es lo que dura la relación de cada profesor con su alumnado
en este ecosistema de asignaturas cuatrimestrales. Normalmente los profesores
que damos clase en primer curso (y, con más razón, en el primer cuatrimestre
del primer curso) somos los grandes olvidados, pues los años, que tan rápido
pasan para nosotros, se eternizan si los observas desde el lado de la juventud.
Y esa diferente (doble) percepción del paso del tiempo, ese conflicto, es ese
universo que nos separa y al que antes aludía. Las promociones, a medida que
avanzan, apenas recuerdan a aquellos que estuvimos a su lado en los comienzos,
¡con qué rapidez somos omitidos y fosilizados! Pero eso no tiene importancia,
eso es así, siempre ha sido así y tiene que ser así. No lo recrimino. Al
contrario. La vida es un ahora. El pasado, lo mismo que el futuro, no existe.
Lo guay fue el momento que compartimos, ese momento que ya no se repetirá pero
que, si haces un esfuerzo, puedes recordar que un día sucedió.
4.
Huella
Antes
de que te marches, quiero que sepas exactamente qué significaste para mí. En
aquel cuatrimestre regado de magia, tú siempre estabas en modo arcoíris.
Siempre. Coloreando las mañanas estadísticas. Por eso, día tras día, cada vez
que cruzaba las puertas de entrada al aula, me sentía guay. Era como si yo
mismo fuera un espectador que come cotufas mientras te mira. Disfrutaba con tu
ingenuidad, tu franqueza, tu espontaneidad. Solo me importaba eso, solo ser
feliz observándote. Nunca busqué otra cosa, no pretendía caer bien. No. Al
alumnado no tienes que caerle bien. Los profes no buscamos eso, no buscamos
gustar. De hecho, Promo Guay, una vez me explicaste que yo no podía gustar a
todo el mundo porque, al fin y al cabo, no soy una croqueta. No. Al alumnado no
tienes que caerle bien. Tienes que quererlo.
Imagino que ahora, Promo Guay, te habrás desprendido de esa inocencia que tenías cuando nos conocimos. Supongo que, tres años después, eres una heroína portadora de unas cicatrices que jamás imaginó tener cuando llegó. La universidad es así. A veces te hiere para hacerte mucho más fuerte.
5.
Despedida
En
unos meses te gradúas. Esa es la razón de este artículo. No quería que te
fueras de la uni, Promo Guay, sin darte las gracias por todo lo que, quizá sin
tú saberlo, me has aportado. Para un profesor no puede haber nada más
enriquecedor que las enseñanzas que le aportan los jóvenes con su frescura, con
su claridad mental, con su sabiduría, con sus reivindicaciones, con sus eternas
sonrisas. He aprendido muchas cositas de ti, aunque no voy a hacer un listado
porque este escrito no trata de eso. Pero sí te diré que tus aportaciones me
hacen reflexionar sobre lo dichoso que soy por haberte dado clase. En nuestra
facultad se imparten otros grados aparentemente tan gélidos como la
Contabilidad, la Economía o la Empresa. Solo sus nombres me generan vértigo.
Hay docentes que se adaptan muy bien a ellos, pero otros no, como es mi caso,
pues en tales grados seríamos pequeños cubitos emocionales estancados en una
cubitera de hielo. Es una cuestión de sensibilidades. Sí, soy dichoso. Tengo la
suerte de haberte dado clase a ti, de ser profesor en el bendito Grado en
Turismo, un grado a mitad de camino entre el rigor y el arte. Tú, Promo Guay,
con tus ansias de inaccesibilidad, me demostraste que esa combinación
rigor-arte es posible. Tú me hablaste con un lenguaje elástico, semidepresivo,
para que yo pudiera oír inteligencia. Te escuchaba y me sentía fortalecido.
Promo
Guay, no lo olvides. Tú no eres el futuro porque el futuro no existe. No debes
comprar ese discurso que tantas veces habrás escuchado en boca de las
generaciones mayores. Tú eres el presente. El mundo ya depende de ti. Aquí y
ahora. Y puedes moldearlo a tu antojo. No dejes que ese mundo sea un mundo frío
que coma tu alma. Regatea la rutina y vive. Vive. No es una sugerencia. Es un
deseo.
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