Publicado porSalvador García Llanos
Unos días, unas semanas, en las que el pueblo se transforma en un escenario de color y algarabía, donde la devoción y la diversión se entrelazan en una danza mágica que nos transporta a tiempos pasados desde el presente y con la atenta y necesaria mirada, siempre, hacia el futuro. Desde el baile de magos a la tradicional Romería, con sus múltiples actos y manifestaciones en espacios como la plaza Viera y Clavijo o la histórica institución en la que nos hallamos: Círculo Viera y Clavijo. Cada celebración es un tributo al espíritu festivo y alegre de nuestra gente.
Por ahí estaría, imaginando diálogos y
escenarios, el realejero Antonio Abdo, nacido en plena contienda civil, actor,
productor, guionista y poeta, director que fuera de la Escuela Municipal de
Teatro de Santa Cruz de La Palma. Abdo es una figura clave de la historia del
teatro amateur en Canarias.
Seguro que le encargaría algún papel o una
composición musical, alguna producción, vaya, a Manuel Hernández Ferrer, a
quien recordamos siempre como Manolín el Volquete quien, desde Venezuela, a
diario, evoca y cultiva el costumbrismo de su tierra natal, los barrios y las
calles de sus andanzas infantojuveniles. Está pendiente, por cierto, un más que
merecido tributo. Hay que hacerlo.
El espíritu festivo y alegre del que hablamos
hace un instante lo plasmaron espléndidamente en su libro ‘Fiestas de Mayo de
Los Realejos’, los coautores José Manuel y Jonás Hernández Hernández, que
definen las celebraciones como “la argamasa de los pueblos. Constituyen el
cemento que nos mantiene unidos, alegres y vivos. Nos hacen vivir momentos
felices e inolvidables y nos acercan a nuestros vecinos y amigos”. Solo hay que
contemplar o participar en la procesión de los marinos, así llamada, del Puerto
de la Cruz que transportan su fe y su entusiasmo, contagiando el aire fervoroso
y bullanguero, como si aquel trayecto fuera el último.
Un estudioso de este trance religioso,
catedrático de instituto, el profesor José Javier Hernández García, hace una
atinada descripción que, con la licencia de ustedes, insertamos aquí:
“Llegada ya la fecha principal,
los portuenses, que llaman cariñosamente, a esta imagen como “la Virgen de
secano”, entonan ante la patrona poco antes de organizarse la procesión la
Salve Marinera, al mismo tiempo que contemplan, devotos, el rostro espléndido
de la escultura dirigiendo repetidamente hacia ella sus brazos como muestra del
cariño y respeto que les merece.
Existe, aún hoy, la creencia de
que los realejeros colocan bajo las andas piezas de metal que aumentan el peso,
para que el movimiento con la imagen no sea tan brusco. Haya cierto o no en el
pasado, es éste el motivo por el cual uno de los del Puerto examina, de forma
discreta, el interior de la mesa del trono, bajo las cuelgas de damasco. Junto
a los cargadores, sus familiares más cercanos acompañan a la imagen por las
calles de San Agustín.
En torno a todos ellos surge una
sucesión de muestras de afecto, gritos y vivas de exaltación a la Virgen.
Dentro de esa atmósfera, mezcla de devoción y alegría, no ha de faltar la
petición piadosa dicha con peculiar estilo, en parte serio y en parte humorístico,
que es característico en el hombre isleño”.
Es evidente que en la Octava, los marinos
-mejor sería decir marineros portuenses pues son muy pocos los que quedan-
quieren, de alguna manera, sentir y hacer sentir a los demás que la imagen
realejera del Carmen, al menos ese día, es más suya. Los habitantes de Los
Realejos han aceptado siempre, con mayor o menor grado de aprobación, estas
muestras de fervor que son el ofrecimiento de los hijos del Puerto a su Madre.
Al fin y al cabo, tras los fuegos, ella habrá de volver, inequívocamente, a su
casa en el Santuario que lleva su nombre en el núcleo realejero de San
Agustín”.
El mantenedor llega hasta aquí evocando aquel
paso efímero por el colegio San Agustín, pero provechoso en todos los sentidos,
curso Preuniversitario 1969-70, dividido en dos modalidades, ciencias y letras.
Estrujemos la memoria para evocar a Jaime, el conductor de aquella camioneta
que nos recogía en la plaza del Charco y en la que recorríamos los paisajes del
valle; a Celo (de Celedonio), bondad personificada en la figura de bedel; las
clases de griego y latín, impartidas por doña Orencia Afonso, en las que
llegamos a traducir La Odisea y la Ilíada no sin dejar de memorizar algunos
pasajes que se resisten a abandonar las neuronas; las de inglés, de Félix
Calzadilla; y las hermanas Pérez, con sus respectivos caracteres, esmerándose
para que saliéramos de allí con la solvencia indispensable si íbamos a seguir
las humanidades y las letras.
Y aquí hacemos un alto porque es a ella a
quien queremos dedicar este modesto trabajo, este canto a la idiosincrasia
realejera. Compañera de pupitre, de numerosas traducciones y hasta de sana
rivalidad para ver quién era más diestro. Siempre la recordaremos de forma
gratificante: Milagros Palmero Ramírez, tesonera, constante, diligente y,
pasado el tiempo, profesora de varias generaciones de realejeros de ambos
sexos, como también servidora pública. Inteligente, humilde, siempre amable,
atenta y servicial, hizo gala de su talante ponderado. Ella es una referencia
personal de aquel curso inolvidable en el que forjamos la orientación y las
inquietudes juveniles que maduraban poco a poco.
Milagros, por cierto, formó parte de aquella
iniciativa, un calendario titulado ‘Realejeros con nombre de mujer’, fechada y
editada hace tan solo dos años, junto a la
emprendedora Bárbara Illada Estévez; la curandera María Dolores Méndez Felipe,
“Doña Lola”; la poetisa Carmen Cecilia Fuentes González “Carmely”; la
entrenadora de fútbol y ex política Carmen Luisa Salazar Rodríguez; la heredera
del Molino Mesa, Miguelina Mesa Alonso; la jugadora internacional de balonmano,
Elizabet Chávez Hernández; la matemática Jezabel Curbelo Hernández; la
emprendedora Adelina Pérez González; la investigadora y docente, Ana Elia
García Pérez; las empresarias y reposteras María Mercedes Rodríguez Fuentes y
Paula Hernández Pérez, y la atleta internacional Teresa Linares Hernández.
Sirva su ejemplo para distinguir a la mujer realejera de nuestros días.
Unos años
después, dedicado al periodismo deportivo, nos tocó relatar en directo en Radio
Popular un hito futbolístico: en el último minuto de un encuentro decisivo que
se jugaba en ‘Los Príncipes’, un extremo apellidado Estellé anotaba con un
disparo raso y seco el gol que catapultaba a Realejos a la categoría superior.
La narración fue seguida en toda la isla y hasta desde algunos puntos de la
península conectaron y compartieron la alegría colectiva -hasta la euforia- de
aquel gol y de aquel ascenso.
Esta fiesta
-retomamos el hilo, ahora que nos acercamos a la conclusión- puede presumir de
una creación suya, el Festival de las Islas -alguno de los cuales tuvimos el
honor de presentar- que este año, el próximo sábado por la noche, alcanza su
cuadragésimo novena edición. Con un elenco de lujo. Agrupación folklórica
Hautacuperche (La Gomera), Guayadeque (Gran Canaria), Maxorata (Fuerteventura),
Malpaís de La Corona (Lanzarote), parranda Los Toledo (La Graciosa) -sí, somos
ocho sobre el mismo mar- agrupaciones Echentive (La Palma), Sabinosa (El
Hierro) y Atabara (Tenerife). Suerte y éxito.
Como lo será el
de la romería del próximo domingo, en honor a San Isidro Labrador y Santa María
de la Cabeza que enriquecerá, como escribió el estudioso y fotógrafo Isidro
Felipe Acosta, autor de una de las mejores obras dedicada a ‘Las fiestas
tradicionales en el norte de Tenerife’, “este patrimonio cultural inmaterial,
que se transmite de generación en generación, y es recreado constantemente por
las comunidades y grupos en función de su entorno, su interacción con la
naturaleza y su historia, infundiéndoles un sentimiento de identidad y
continuidad y contribuyendo así a promover el respeto de la diversidad cultural
y la creatividad humana”.
En este ‘Mayo florido’, que así tituló el
periodista y escritor tinerfeño Luis Álvarez Cruz, quien fuera presidente del
Ateneo de La Laguna, amante de las lindezas del pueblo realejero, nos invita en
sus versos:
“Mayo, viejo galán de la florida capa,
¡dame un clavel para prenderlo en mi solapa!
quiero irme de juerga, como un hombre feliz,
del brazo de Juan Ruiz.
Sabía el arcipreste saborear el vino
que le escanciaban en los mesones del camino.
Yo te conozco, mayo: tal vez una quimera
o un fingimiento de la primavera.
Pero eso nada importa, viejo galán pulido,
lo que importa es vivir al borde del olvido
porque el olvido es bueno y el vivir cada día
nos libra, día a día, de la melancolía.
Mayo, viejo galán de la florida capa,
¡prende una de tus frescas rosas en mi
solapa!”.
Por eso, en este día tan especial, levantemos
nuestras copas y brindemos por Los Realejos, por su historia rica y
apasionante, por sus hijos ilustres que han iluminado nuestro camino (y lo
siguen haciendo), así como por sus fiestas, que llenan nuestros corazones de
alegría y nos recuerdan la belleza de vivir en esta tierra bendita, Los
Realejos, municipio de leyenda, cultura y tradición que el gran poeta gomero
Pedro García Cabrera glosó exaltando sus valores -hasta el ocho de los caminos-
con los que llegamos al final de esta evocación que esperamos haya sido de su
agrado, adornado, además, con el respeto con que se nos ha seguido.
“No sé si es uno o son dos,
no sé si es pueblo o castillo,
pero todo guarda un orden
y encuentran siempre su sitio
muros, barrancos, estatuas
y el ocho de los caminos
que desde del mar a la cumbre
se van ciñendo a sí mismos.
Y sé también que mi padre
dio aquí su primer vagido
y que fueron aquí calvario
las cruces de mis amigos.
Cifrado casi en voz baja
en sus adentros metido,
la espalda puede volverte
mas su silencio está vivo.
Es un silencio artesano
que no se asoma al postigo
elaborando sin tregua
sus panales fugitivos
manos de pólvora el hombre,
dedos de mujer los hilos.
Las bordadoras trabajan
-quito y pongo, pongo y quito-
en bastidores de fuentes
los remansos de los ríos,
quemándose las pestañas
partiéndose el alma en vidrios
y agujereando el aire
con puntadas y suspiros.
Y son los calados sienes
bordadas por sus latidos,
diagramas de soledades
que los ojos han escrito
el alba que nunca llega
y los sueños que se han ido.
Bordadme un mantel con panes
que tenga imán de trigo,
aguas que maten la sed,
lumbres con cara de niño.
Bordadme la libertad
en alto como los nidos.
Y vosotros, fogueteros,
en el fiel del equilibrio
entre la vida y la muerte,
que hacéis de la noche mirlos
con trinos de fuego, siempre
a los trapecios subidos
de las ascuas, rubricando
con aves del paraíso
las orgías y el suspense
de los cielos encendidos.
Vosotros que traducís
la oscuridad de los ritmos
con voladores de lágrimas
y cuadraturas de círculos,
desgranadme las espigas
de los cohetes de silbo,
el rostro de las cascadas,
las ruedas de mi albedrío.
Bordan ellas la ternura,
bordan ellos el peligro.
Y hay un temblor en su sangre
de corazones en vilo.
Y ese temblor de tamasma
recuerda a Viera y Clavijo”.
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