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miércoles, 19 de febrero de 2014

DOMINGO LUIS

Evaristo Fuentes Melián

Conozco al menos a cuatro domingos luises: uno de ellos, licenciado en Derecho y folklorista, coincidió en  la mili conmigo en el campamento de verano de Los Rodeos 1962; Berta María, la que luego sería su bella esposa, iba en las horas de asueto del campamento militar a oírle cantar y tocar la guitarra, en tiempos de la primera etapa sabandeña, cuando Domingo Luis participó en aquel primer disco pequeño de vinilo con la foto de cada uno de ellos en la cubierta.

Hay otro Domingo Luis García-Estrada, apellido realejero de pro, que hizo el Preuniversitario conmigo en el colegio Santo Tomás de Aquino, sito en la calle de La Hoya de La Orotava,  y que es hijo del alcalde homónimo que unió, en 1955, a los dos Realejos, el Alto y el Bajo, en un solo municipio.

Hay también otro Domingo Luis, aparejador, caballeroso funcionario jubilado de la Delegación de la Vivienda, que jugó al baloncesto en las filas del club decano de las islas, el Juventud Laguna, y alguna vez lo hizo contra mi equipo orotavense, aunque yo calentaba mucho banquillo, o ni siquiera eso, por mis pocas calorías de lo flacucho que yo andaba entonces por este mundo; tan delgado, que un cura novicio, un “lego” (como diría el lenguaraz Angelito Baute del amigo JHF), un curita que me apostrofó con el sobrenombre de “el esqueleto ambulante”. ¡Toma ya!…

Y me queda por mentar a este Domingo Luis González, que nació orotavense, y que acaba de fallecer a los 89 años de edad. Hay tres aspectos que conozco en la vida de Domingo Luis González:

1.- El comercial, perito en lo industrial, cogió los mejores años del boom turístico del Puerto de la Cruz, los años sesenta, y colaboró con materiales eléctricos y no sé si también con mano de obra, en la realización entre otros del gran hotel San Felipe, del Puerto de la Cruz, que aún hoy sigue siendo, medio siglo después de su inauguración, modélico por prestancia y belleza, sin dejar de ser de gran altura, en la zona de la playa y antiguos Llanos de Martiánez. En este hotel, proveedor de tulipas y cables, puntos de luz y material tecnológico, imagino a Domingo aprovechando la fiebre del oro, intentando a ver si acaricia  ‘propinas’, tan habituales en las obras grandes y en los momentos de la cresta de la ola turística y económica, lejos de la crisis de ahora.
2.- Con su voz de coral y su vis cómica poética en plena efervescencia de la censura, Domingo en los guateques y meriendas recitaba de improviso poesías asaz procaces, verdes, delante de las amigas de la infancia, y algunas huían escandalizadas por aquellas frases y rimas quevedescas. En los duelos mortuorios a veces te tienta la risa contagiosa, y entonces, en la madrugada del duelo (cuando no se cerraba en toda la noche), se oía un murmullo de risitas contenidas a duras penas, entre los grupos de dolidos amigos y parientes del difunto o la difunta.


Y 3.- Tuvo también Domingo un cariz, un carisma recóndito de caballero bonancible y dadivoso. Iba, a lo largo de los últimos años de su actividad, a la biblioteca del nuevo  flamante Liceo de Taoro, a leer la prensa diaria, y a veces sustraía alguna hoja del último ejemplar, pero eso era debido a su incontenible afán cleptómano de recopilador de datos, para su hermosa colección de fotos y textos de gran interés. Yo les propongo a sus hijos que lo mejor es que la cedan al Liceo mismo, como refrendo y prueba muda y al mismo tiempo locuaz de los conocimientos de Domingo y de su  bella escritura, aprendida y aprehendida en las aulas del colegio de San Isidro, regentado antes y en plena Guerra In-civil (1936-1939), por la congregación de los Hermanos de la Escuelas Cristianas. El estallido fatal de la contienda cogió a la promoción de  Domingo a mitad del Bachillerato de siete cursos, cuando los Hermanos se vieron negros, por falta de profesorado, para poder mantener las clases y asignaturas al completo.

Tengo un testigo fiel de las buenas maneras caligráficas de Domingo Luis Gonzalez: es el sobre de un carta (adjunto foto) que yo guardo como oro en paño, que me envió hace relativamente poco tiempo, en el año 2001, para invitarme a una función que se iba a celebrar. Y lo más dadivoso y desprendido de la personalidad de Domingo Luis González es lo que acabo de descubrir: son dos hermosos sillones de estilo antiguo, que fueron donados por Domingo a la Sociedad Liceo de Taoro. Y estos sillones tienen también su  anécdota, pues uno de ellos es motivo de competición entre cuatro socios, entre los que me cuento, para  ver quién llega antes para sentarse en él lo más cómodamente posible.

Un abrazo, Domingo Luis González, 89 años te llevaron al cielo. Tú no eras malo, eras un santo varón, con un martillo de herejes y una copa plena para entonar los golpes de pecho. José de Arimatea y Nicomedes son esos dos santos varones que cada Viernes Santo al atardecer pasaban—y creo siguen pasando-- en el desfile procesional del Santo Entierro, por la casa y la calle de tu coetáneo amigo del alma, Buenaventura Machado Melián o calle del Duque, procesión  que tú contemplarías desde una de las ventanas de la fachada norte.



                                                                    Espectador 

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