Javier Lima Estévez
En
estas fechas marcadas por la peregrinación de numerosas personas ante el
Santuario de Nuestra Señora de la Candelaria, queremos recordar el análisis
sobre el origen de la imagen que el polígrafo realejero, José de Viera y
Clavijo (1731-1813), recopila en su obra Noticias de la Historia General de las
Islas Canarias. En primer lugar, no duda en ofrecer algunas características
relacionadas con la aparición de la venerada imagen en atención a lo escrito
por Francisco López de Gómara, al considerar que adquirieron la imagen por “los
cristianos europeos que recorrían nuestras costas”. Viera manifiesta que su
propósito no es criticar las opiniones establecidas por fray Alonso de
Espinosa, Antonio de Viana, fray Juan de Abreu Galindo y Juan Núñez de la Peña,
“quienes ensalzaron nuestras islas con la posesión de una estatua fabricada por
los ángeles en el cielo, traída por los ángeles a Tenerife y celebrada por los
ángeles en sus playas”, recurriendo a partir de la información de los citados
cronistas como posible fecha de la aparición de la imagen al año 1392 o 1393.
Sin embargo, ¿Cómo se desarrolló el proceso de su aparición?
Tal y
como recopilara Viera, atendiendo, fundamentalmente a fray Alonso de Espinosa,
dos pastores se encontraban junto a sus rebaños en la playa de arena conocida
como Chimisay. Tras observar que el rebaño se encontraba agitado acudieron para
ver lo que ocurría. Es en ese momento cuando sitúan ante sus ojos la efigie de
una mujer sobre “un pequeño risco que se levantaba casi a la misma lengua del
agua”. Sin embargo, las costumbres guanches prohibían hablar con una mujer “en
paraje desierto”, por lo que decidieron captar su atención mediante alguna
señal. Todos sus intentos eran en vano. Por ese motivo, uno de los pastores
lanzó una piedra con gran violencia, pero, en ese instante, se dislocó el brazo
por la articulación del hombro y no pudo ejecutar ningún movimiento. El otro
pastor intentaría herir a la imagen con una tabona para comprobar si era un ser
viviente, aunque “refieren que se cortó los suyos”. No dudarían en acudir ante
el mencey Acaymo, rey de Güímar, quien los recibió con gran atención. Los allí
presentes, con el miedo presente por lo sucedido, no se atrevieron aproximarse
a la imagen. Acaymo, la cargó sobre sus hombros con la ayuda finalmente de
otros hombres hasta “el real sitio de Chinguaro, en donde la colocaron sobre
unas limpias pieles”. Recoge Viera a partir de las fuentes citadas, como el
mencey de Güímar se dirigió al mencey de Taoro, ofreciéndole “que, si gustaba
ilustrar sus posesiones con el nuevo huésped, le cedería cada seis meses sus
derechos”. El mencey de Taoro agradeció tal gesto, pero justificó que “no le
era lícito aceptarla contra el gusto de las que, en su aparición, había
preferido los estados de Güímar a los de Taoro”.
Son,
pues, toda una serie de aspectos que Viera y Clavijo incluye en torno al origen
de nuestra Patrona con anterioridad a su desaparición en aquel trágico aluvión
del año 1826.
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