Salvador García Llanos
En Santander, donde asistíamos a la asamblea anual de la
Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE), nos sorprende –bueno,
sabíamos de su largo proceso de salud quebrantada- el fallecimiento de
Sebastián González Villavicencio, a quien conocimos cuando, siendo niños,
cuando jugaba en el Infantil Dehesa, un equipo pionero en el pujante proceso
del fútbol base del Puerto de la Cruz, cuando no había más campo que El Peñón y
cuando los entrenamientos eran absolutamente rudimentarios.
Después, pasó al Infantil Puerto Cruz, en el que ya
destacaba, a las órdenes de Norberto Castilla, como eje de la defensa.
Sebastián –así le llamaría años después Antonio Soriano, uno de sus
entrenadores- sería popularmente conocido como Chany y también como Chileno,
quien formara en el centro de la zaga y posteriormente como lateral derecho o
izquierdo, pues para eso era ambidiestro. Chany, el de Berta, le decían.
Sebastián, Chany o Chileno jugó en el Puerto Cruz y también
en el Vera. Pero formó en otros equipos, incluso de aficionados, cuyos últimos
campeonatos impulsó, desde fuera, desde la organización, con el entusiasmo
característico de su juventud.
Más que un defensor brillante, se trató de un jugador
resolutivo. Lo que Fernando Cova, otro entrenador de postín en el fútbol
regional, decía: “¡Expeditivo!”. Pero sería autoengañarse si no se reconociera
su fama de jugador duro. Soriano, en el Vera, hizo célebre una frase para los
restos: "¡Juegue a su aire, Sebastián!", animándole para incorporarse
al ataque desde la banda.
Pero en esa piel de rudo había un hombre con temple, puede
que no formalmente moderado, pero sí predispuesto para decidir con bonhomía,
con espíritu constructivo, con ganas de aportar para resolver, para buscar
soluciones. Algunos recordamos su intrépida aparición en el incendio de San
Francisco, cuando desde el campanario manejaba las escasas mangueras y los
baldes de agua con soltura. En fiestas y celebraciones, allí estaba, siempre
activo. Por eso, Sebastián, Chany o Chileño, se dejó querer. Y no fueron pocos
quienes le entendieron y trataron de ayudarle en las adversidades de la vida
que abundaron y a las que combatió como buenamente pudo.
Ahí salió el emprendedor, el hombre consciente que sabía que
las soluciones dependían de él mismo.
Y ahí, en la senectud, consciente de que su pasado juvenil y
futbolístico le pertenecía, no se arrugó. Y siguió luchando. Hasta que no pudo
más.
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