Unos
manifestantes de Tordesillas fueron hace pocos días al Congreso de los
Diputados en Madrid, con una pancarta que rezaba: ¡Viva el toro! Fue en defensa
de mantener la fiesta del toro del citado pueblo. Pero de lo que se trata es de
matar al toro designado, a puyazos populares… Es decir, que el eslogan
verdadero hubiera sido: ¡Muera el toro! (de La Vega). En una
película española del año 1958, ‘Los clarines del miedo’, se refleja la vida en
un pueblo español del interior, los jóvenes más pobres ven una salida para
enriquecerse haciéndose toreros, aunque a la hora de la verdad les falten agallas
para el oficio. La gente de ambos sexos y de todas las edades respira el
ambiente de la fiesta taurina, consustancial a sus vivencias. El pueblo
canario en general nunca fue partidario de la fiesta de los toros; la plaza de
Santa Cruz de Tenerife fue auspiciada hace un siglo por la colonia peninsular
de funcionarios influyentes de alto nivel, que por tradición cuasi secular han
venido a residenciarse en este archipiélago. En otro orden
de cosas, aunque en la misma gama de pobreza versus riqueza, la película
‘Babel’ (2006) retrata en uno de sus tres episodios o historias entrelazadas,
la vida de contraste entre el pueblo mejicano y la gente adinerada de los EEUU,
con su sirvienta de tez morena, obviamente mejicana. González Iñárritu, su director
de origen azteca, lo plagia de sus propias experiencias. Otro de los episodios
de la misma película es una excursión en autocar de norteamericanos de alto
nivel por las desérticas montañas del Atlas marroquí; pero los turistas se ven
atrapados en ese inhóspito mendicante ambiente lugareño, en que no hay ni una
camilla para desplazar a una turista malherida, mientras su esposo clama en el
desierto (nunca mejor dicho) por un helicóptero, llamando a la embajada de los
EEUU. Siempre hubo
pobres y ricos. Eso decía el señor más adinerado de mi pueblo… Espectador
No hay comentarios:
Publicar un comentario