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sábado, 4 de julio de 2015

DON MAXIMINO, EL MAESTRO DE LA MONTAÑA


 
Gregorio Dorta Martín
Se llamaba Maximino, pero para la mayoría de sus alumnos es “el maestro Maximino de la Montaña”. Tenía como 44 años y vivió junto a su mujer y creo que a una hija en una casa de la calle del barrio de los Realejos. Ahí, en un paisaje dominado por las calles empedradas y de vecinos apiñados daba sus clases en un cuarto o habitación de su casa de la Montaña con una pequeña terraza o patio, de esas de las de antes. Daba clase durante todo el año, pero para aquellos estudiantes que empollamos bachillerato solo acudíamos como refuerzo en los meses de verano. Para nuestros padres los tres o tres meses y medios que duraban el calor sin clase era mucho tiempo sin estudiar y sin hacer absolutamente nada en cuanto a estudios o trabajos. Seguramente en aquellos tiempo había que hacer un hombre de provecho y por eso sacara buenas o malas notas tu familia más cercana te conseguía las clases de apoyo en aquellos meses calurosos de estío.
En aquel tiempo Maximino era de ese maestro de la etapa. No es que fuera un experto duro con sus alumnos, pero usaba métodos que hoy en día seguro que más de uno lo hubiera denunciado. Siempre vestía igual camisa blanca y corbata negra, de 1.69 centímetros de estaturas y algo grueso, cara redonda, seria y categórica. Maximino, el maestro de la Montaña libró más de mil batallas para mejorar las condiciones en las que los alumnos recibían clases en esa escuela marginal fabricada dentro de su propia casa. Esfuerzos que incluyeron la creación de nuevos grados, para reclutar alumnos en sus casas y hasta un corte de ruta -del que participó toda la comunidad- para impedir que instalaran una planta de residuos. Después de todas esas peleas, Maximino fue un maestro de verano muy nombrado y respetado en aquella etapa. Sobre todo cuando la situación comenzó que los padres querían que sus hijos aprendieran lo más rápido posible, sumar, restar, multiplicar y dividir, las prósperas cuatro reglas. Para ese ciclo era muy importante y un orgullo saber esas dichosas cuatro reglas. Cuando la sabíamos de carretilla para nuestros familiares era como si te diera la “orla” de alguna carrera universitaria.
Los que vivíamos fuera de la Montaña en otro barrio como La Vera, ir a la escuela de Maximino ya era una carga a la distancia,  añadida al calor, a la subida a la Montaña y también el respeto tan grande que le teníamos a maestro de la Montaña. Recuerdo, con su regla en mano a la hora de preguntar por las dichosas cuatro reglas nos ponían en fila indias y comenzaba por el primero.
--3X3, preguntaba, 6 respondía. Cuando lo hacía mal regla que te pegaba con cierta fuerza en la mano y a la cola y así sucesivamente hasta que al final de las preguntas al primero que quedaba en la fila era felicitado por los alumnos que quedábamos detrás o en la cola y en alguna oportunidad por el propio Maximino.
El maestro de la Montaña vivió con orgullo ser un docente estatal. No cambia por nada desayunar, comer y trabajar con sus alumnos. Pintar su aula y arreglar el baño del aquel pequeño patio, sin especular con que eso sea incluido en el cuaderno de actuaciones. "Es una forma de vida", sostiene. Algún día le gustaría dirigir una escuela, pero se sentiría realizado si sus alumnos y alumnas recordaran cuando "El maestro de la Montaña" les enseñaba la historia a través de sus anécdotas. Y más aún si eso los ayudara a ser ciudadanos libres y conscientes de su realidad.
Para aquellos que contamos con cierta edad de los 50 a los 65 incluso más años, recordamos con seriedad ese episodio de nuestras vidas que cada verano ocurría en nuestras vidas.

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