Teresa del Bosq
Agitadas estaban las vertientes en mis manos
Revueltas como huracán que se retracta
Secas en mi párpado de invierno
Para qué invocar a la serpiente del llanto
si me abandonó desde la roca
de la sal en mi pecho
Siento un sobresalto
en mis manos heridas
Un temblor
en la rancia pupila del espejo
Una deuda de la vida
en mis batallas ni contadas
Nada hay después de los fierros
No entiendo la avalancha de colmillos
sobre mi destello moribundo
No entiendo la uñeta del mundo
odiosamente necesaria
en mi desvelo
sí al despertar nada hay en el surco
después de mi sabia ofrendada
Por eso el ladrido cenizo del costado.
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