Iván López Casanova
Con el mismo nombre nos referimos a dos clases de
amores distintos en algo fundamental: los «amores-necesidad» y los «amores de
apreciación», según sostiene C. S. Lewis. Los de necesidad, como el amor a los
hijos o al lugar de nacimiento, nunca mueren y, por ello, no necesitan ser
alimentados. De modo diferente, los amores de apreciación, como el amor de pareja
̶ también, el amor al trabajo ̶, o se
cultivan con mimo o se resquebrajan y desaparecen dejando un sabor muy amargo,
culpas y dolor para toda la vida.
Para cuidar la relación de pareja, por tanto, los
enemigos fundamentales son los que se introducen con el paso del tiempo: el
descuido, la pasividad, la rutina, la falta de creatividad y sorpresa o las
pequeñas discusiones. Es decir, que se olvide el empeño de la voluntad para
renovar el corazón y retornar a la edad en que sabíamos amar y apreciar,
intelectualmente también, la donación de la otra persona ̶ y no me refiero a sentir, sino a el proceso de
decidir voluntariamente, aunque no se acompañe de muchos sentimientos en ese momento ̶ .
«Todavía hoy, a mis treinta y nueve años, vivo del
fuego de aquellos arrebatamientos de mis diecisiete años: son mi centro, mi
originalidad, mi hogar, mi alegría cotidiana, mi entusiasmo». Así se expresa
Alessandro D ´Avenia en El arte de la fragilidad. Explica este escritor
italiano cómo le aclaró esta clave en su vida la lectura del genial poeta
romántico Giacomo Leopardi: «Tú me has revelado el secreto para que un destino
humano intuido en la adolescencia consiga florecer. Solo la fidelidad al propio
arrebatamiento convierte la vida en una apasionante exploración, también cuando
la realidad parece obstaculizar nuestro camino».
La adolescencia es el periodo donde uno encuentra
su identidad absolutamente única ̶ el
arrebatamiento, la vocación ̶ y llega a ser capaz de tener relaciones
interpersonales con madurez e independencia. O sea, la edad donde uno aprende a
amar y a orientar su vida: «Ese centro es el arrebatamiento y la adolescencia
su cofre», expone con belleza D ´Avenía. Ese es su núcleo precioso; cuando se
logra, se accede a la juventud. Ahora bien, precisamente porque la adolescencia
es la edad del exceso de esperanza y del fuego, si se la maltrata deriva en
muchísimos conflictos. Y esto ocurre cuando «quien tendría que ser testigo del
futuro carece de destino: genera vocaciones solo el que ha encontrado la suya y
la vive», en palabras del escritor italiano.
Se trata de nunca perder la ilusión de enamorado.
De retrotraerse al enamoramiento primero y recordarlo con frecuencia. Escribía
Leopardi que cuando «la imaginación no recupera su vigor, y las ilusiones no
retoman su cuerpo», la vida se transforma en tedio y desierto y «no vuelve a
ser algo vivo y no muerto».
«Una casa colgando en el aire, suspendida con
cables desde una estrella»: una metáfora preciosa de Leopardi sobre el amor
como vocación, de ese volver a la adolescencia para rescatar el amor juvenil
que no se cansa de empezar una y otra vez, que cultiva y poda su amor de
pareja, que no deja que se le agoste su relación y por eso puede acompañar a
sus hijos en su adolescencia, como testigo fiel de un proyecto vital.
«Cuando tú me elegiste / ̶ el amor eligió ̶ / salí del gran anónimo / de
todos, de la nada. / […] Pero al
decirme: “tú” / ̶ a mí, sí, a mí entre todos ̶ , / más alto ya que las estrellas / o corales estuve. /
[…] / Posesión tú me dabas / de
mí, al dárteme tú.», escribe Pedro Salinas en La voz a ti debida. Y es que un
poco adolescente hay que ser toda la vida para saber amar: con su
arrebatamiento, su fuego y su buen humor.
Iván López Casanova, Cirujano General.
Escritor: Pensadoras del siglo XX y El sillón de
pensar.
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