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viernes, 29 de noviembre de 2019

REBELIÓN DEL PUEBLO CONTRA LOS FARAONES DE HOY


Pedro Ángel González Delgado

La dinastía socialista reina en Tenerife. Con su carácter divino, los nuevos dioses vivientes se reparte su ilimitado poder en distintos feudos para gobernar a sus súbditos, si bien, alguno de ellos tiene un poder superior sobre los otros que están bajo su mando, porque alguno que es muy poderoso y que tenía sus dominios en el Sur de la Isla, decidió ampliarlo y tener bajo su administración a todos los isleños. De esa suerte, el nuevo Ramsés ha sacado la calculadora de votos para perpetuarse en el imperio que está conformando. Para ello, guía a los suyos de cerca, mientras que, para evitar posibles rebeliones en aquellos feudos que todavía se resisten al linaje progresista, ni siquiera los atienden. Los inconformistas alcaldes de La Orotava, Los Realejos, La Guancha e Icod de los Vinos, entre otros, se lamentan de su aislamiento, pero esas quejas quedarán en saco roto y las demandas de sus vecinos no serán atendidas. Si no son socialistas no merecen ser recibidos por el ser divino que rige los destinos del Cabildo Insular porque, para él, no son dignos de su tiempo.

El monarca soberano de la institución insular ha hablado. Lo ha dicho alto y claro. El Puerto de la Cruz no necesita obras faraónicas y, por tanto, entendía el rey de Tenerife, antes del Sur de la Isla, que el Centro Insular de Actividades Acuáticas que venía a sustituir a la piscina municipal era demasiado caro y ambicioso para un municipio tan pequeño. Como no podía ser de otra forma, la reina Nefertiti, antes ciudadana y ahora plegada a la realeza socialdemócrata, a la sazón responsable del deporte tinerfeño, defiende a su faraón. En ese reducto del Norte de Tenerife la piscina debe ser cubierta y polivalente nos dijo. Así lo defendió en la sesión plenaria del Cabildo, dando a entender que no alcanzaba a comprender cómo era posible que esos pocos habitantes portuenses pudieran tener la pretensión de ambicionar un proyecto tan sofisticado.

Se esperaba una revuelta del ser divino, aquél que se cree por encima del bien y del mal, que rige los destinos desde el pasado mes de junio de Puerto de la Cruz, un semestre casi ya en el altar de la alcaldía. Todo el mundo aguardaba que el pequeño Tutankamon defendiera a los suyos. Sin embargo, decidió acobardarse frente a la dinastía a la que pertenece, ya que no quería molestar al faraón insular, y entonces decidió defender que no se conocía cuál sería el coste de mantenimiento de la piscina faraónica y que esa losa no podía caer sobre el Puerto de la Cruz.

Los rebeldes del centro derecha se alzaron frente al poder omnipotente de la referida dinastía. Lograron prender la llama y encender los ánimos de la población. Ésta se conjuró contra los dioses de las administraciones insular y portuense. Se comenzó a organizar, y los mensajes a través de las redes sociales empezaron a inquietar a los monarcas que, tras varios vaivenes, finalmente, para aplacar a quienes consideran plebe, decidieron mantener el Centro Insular de Actividades Acuáticas en el Puerto de la Cruz. Curiosamente, ya no es una obra faraónica, ya no tiene que ser una piscina polivalente cubierta y, cómo no, de forma llamativa, ahora parece que no es necesario saber cuánto le costará al Cabildo, que no al Ayuntamiento del Puerto de la Cruz, mantener la piscina, como tampoco nadie se preguntó en su día a cuánto ascendería sostener el Centro Deportivo Santiago Martín (“La Hamburguesa”) o Tíncer, por ejemplo. Por arte de magia, desaparecieron en un mes todos los inconvenientes y las excusas se convirtieron en mentiras - con ese - en plural. Sofocaron de esa forma ese conato de rebelión, no vaya a ser que con ello salga al descubierto el especial interés por el Puerto de Fonsalía en Guía de Isora y el absoluto abandono del Puerto del Puerto de la Cruz por parte del Cabildo Insular que, se supone, es de todos los tinerfeños.

El pobre Tutankamon evitó el enfrentamiento directo con Ramsés pero, cómo ha quedado frente a los que considera sus vasallos. A buen seguro, debilitado. Cierto es que, como el joven e insignificante faraón egipcio, el de nuestros días tiene pensado convertirse en un icono. Para ello posa una y otra vez frente a las cámaras que, con sus luces, lo iluminan y con ellas busca la eternidad de su recuerdo. Fascinado por sí mismo, no se da cuenta de que se ha iniciado la caída de lo que será su corto reinado, pues parece ha olvidado que, como nos recuerda el proverbio egipcio, toda semilla reacciona a la luz, pero la planta revela lo que está dentro de la semilla.

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