viernes, 23 de septiembre de 2022

NAUFRAGAR

 Lorenzo de Ara

Leer no sirve de nada. Mejor ser analfabeto. Cuando mi padre me quería en la mar, a su lado, yo, egoísta, rechacé el ofrecimiento y me acobardé ante el trabajo duro. Siempre aposté por la lectura, la comodidad del asiento en el dormitorio y luego más tarde en mi biblioteca en una casa que necesita este cuarto para tantas cosas; pero no, primero los libros, los cochinos libros. Muchos no serán leídos jamás. Pero me hacen compañía, respondo. Y una mierda pinchada en un palo. ¡A bogar, coño! Pero no. El bueno de mi padre se rindió a la primera ante la cansina llantina del pollaboba del hijo que quería leer; quería cine, teatro, chicas facilonas en Santa Cruz (también en el Puerto de la Cruz, a punta pala), pero lo de trabajar, ni hablar de eso. ¿Y el dinero? El bueno del padre sacaba el dinero de donde fuese para el hijo “inteligente” que bajaba rápido a meterse en una librería regentada por un mierda, y allí se hacía con dos o tres libros. Y pocos días después, otro puñado de libros. Paga papá. Y al cine todos los días. Y gracias al bono para viajar en guagua gratis por ser hijo de un trabajador de la compañía y así poder perderme por Santa Cruz, La Laguna, olfateando el rastro que dejaban las putas y las que no eran putas pero ya más usadas que las primeras. Y mientras follaba, el viejo pescador creía que el hijo se mataba a estudiar. Todo mentira. Asquerosa y pestilente mentira. Mendacidad.

Y madrugones de papá que dormía poco o nada para sacar de la mar los kilos de viejas que ningún otro matado de los que salían era capaz de meter en el balde. Viejeros de mierda que traían a tierra siete, ocho kilos de viejas, mientras el buen padre provocaba la envidia con su veinte, treinta kilos. Ojos inyectados en sangre de los capullos e hijos de puta que intentaron arruinar la vida del patrón. ¡Cabrones vivos o muertos!

Cobarde y flojo no acepté jamás la mar como lugar de trabajo. Y ahora lo pago. Y la vida me trata como la vida debe tratar a una sanguijuela. Hace bien la vida.

 El hijo del pescador quería la papita suave y convencido de ser un tío con aspiraciones. ¿Aspiraciones a qué? Él, yo, esta mierda de hombre que soy, nunca supo nada y no sabe nada. Ha jugado con mucha gente y ha herido de muerte a las personas más queridas. Todas esas personas pagan hoy la ruindad, la flojedad, la soberbia y la torpeza de un hombre, hombrecillo, que por no trabajar y por no estudiar lleva tiempo arrastrándose por el pudridero. Puertas cerradas y ojalá que no vuelvan a abrirse.

Solo en la locura que está aquí encuentra el condenado el descanso.

El que, durante muchos, muchos, muchos años quiso vivir del cuento, qué derecho tiene a pedir de la sociedad una segunda oportunidad. En mi opinión, no tiene derecho a nada. Callar. No molestar. Si es posible, que el hedor que desprende esta indolencia quede para siempre en la descomposición del olvido.

Desaparecer. Toca desaparecer.

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