PAPEL INVERTIDO
Salvador García Llanos
Se ha reducido -en medida variable, supeditada a voluntades
y circunstancias- esa inveterada costumbre de ofrecer un ágape, un brindis, un
refrigerio o una copa de vino español/canario tras la celebración de algún acto
público de muy distinta naturaleza, desde una conferencia a la presentación de
un libro, desde la apertura de una exposición artística a un breve concierto
vocal o de cuerdas. La crisis -es fácil echar la culpa, pero influyó, desde
luego- sirvió para la supresión, una medida de contención de gastos que, independientemente
de cuantías, justificaba por sí misma la medida. Y casi todo el mundo la
entendía y la aceptaba.
La costumbre se había hecho casi consustancial. La
copiosidad de algunas ofertas hacía el resto. Se llegó a decir que muchos
asistentes o espectadores acudían atraídos por el dichoso brindis (Las malas
lenguas señalaban que eran fijos y que se ponían morados). Había quienes
interpretaban que se trataba de un simple detalle de agradecimiento, de
correspondencia a quienes asistieron, de homologación de usos extranjeros
similares. No faltaron quienes creían que se trataba de un reclamo más para
garantizar la asistencia de unas cuantas personas más.
El caso es que empezaron a sucederse los actos… sin más, sin
la propina de ‘manises y aceitunas’, coloquial fórmula simplista con la que
englobar la dichosa costumbre. Las instituciones o entidades promotoras -al
menos las habituadas a la convocatoria y promoción de actos públicos- vieron
aliviadas sus cargas.
Pero ha surgido una alternativa para quienes se resisten a
no tomar algo tras la convocatoria o a no corresponder a los invitados que han
tenido la deferencia de asistir: son los propios artistas, conferenciantes o
ponentes, de lo que sea, quienes cargan con los gastos de un brindis, aunque
sea modesto. Ellos mismos traen los productos, las botellas, los vasos
plásticos, el menaje siquiera rudimentario. Además de pintar, unas tortillas,
otros canapés y botellas de vino, que tampoco es cuestión de entretenerse
demasiado con otros alcoholes. Así, la entidad se libera de un gasto, los
promotores quedan bien y a los invitados les cunde en tanto no se marchan de
vacío.
No deja de ser curioso (gastos aparte) el papel invertido
para que la costumbre siga siendo inveterada. ¿O lo apuntamos definitivamente en
las consecuencias de la crisis?
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